Confiesan en público que se admiran. Chávez lo ha visitado seis veces en Teherán y Ahmadineyad también conoce a Venezuela. Desde que comenzó este romance político, Venezuela se ha llenado de mezquitas, de hombres con barba y mujeres con velo.
Son solidarios internacionalmente en las iniciativas de energía nuclear, hacen un frente común contra Estados Unidos. Ahmadineyad ha ayudado a Chávez a consolidar su posición en Latinoamérica tendiendo puentes comerciales a los aliados Evo y Ortega.
Cuando uno habla, el otro lo apoya. Chávez lo llama “hermano” y no sabemos cómo lo llama el iraní pero no escatima abrazos y arrumacos para el de Sabaneta. Se toman de la mano, se cuchichean en foros internacionales y ríen juntos. Son los perfectos compinches.
Su cercanía no se limita a compras de tractores, instalación de fábricas de autos y bicicletas, transferencia tecnológica o asistencias petroleras.
Su cercanía no se limita a compras de tractores, instalación de fábricas de autos y bicicletas, transferencia tecnológica o asistencias petroleras.
El Banco de Desarrollo Venezolano-Iraní es un paso importante en el posicionamiento estratégico de los enemigos de Estados Unidos. Con cada pedazo de influencia que Chávez compra con petrodólares venezolanos, Irán gana en capacidad operacional internacional. Observadores creen que este banco dará un baño de legitimidad a las transacciones financieras de Chávez y de Ahmadineyad, muchas de ellas bajo sospecha.
Ambos tienen el mismo estilo autocrático de gobernar, con criterios similares hacia los derechos humanos, la justicia y el uso abusivo del poder para favorecer su facción. En Irán, un gobierno confesional teocrático tiene por jefe de estado a Alá y por representante ejecutivo a Ahmadineyad. Aquí en Venezuela la democracia ha sido demolida y también es un solo hombre, que se cree representante de Jesucristo y de Bolívar quien dispone de todos los poderes.
Internacionalmente Venezuela ha formado un bloque nada pluripolar con Irán y Rusia, con coqueteos constantes con China, para enfrentar el poder del “imperio”. Posición ciertamente ridícula en un mundo cada vez más pragmático en cuanto a ideologías, pero considerada extremadamente peligrosa por países que evalúan la cercanía de estos regímenes con organizaciones terroristas como las FARC y Hezbollá. La afinidad emocional del Presidente venezolano con dictadores como Fidel Castro, Alexander Lukashenko o el genocida de Sudán, importa menos a la comunidad internacional que la amistad con un individuo explosivo, fanático y peligroso como Ahmadineyad, cuya posesión de energía nuclear se ha convertido en la pesadilla del mundo occidental.
Pero los vecinos de Venezuela no están más tranquilos, ante el aumento pantagruélico de los gastos militares del gobierno chavista, que compra tanques, aviones, fusiles, submarinos y misiles, gastando un presupuesto que el país necesita desesperadamente para combatir su pobreza e inseguridad. En Irán el panorama no es mejor: un país rico con mucha gente pobre, agobiada por el analfabetismo y la violencia.
Sin embargo, las recientes elecciones en Irán han demostrado que existe un país diferente a ese que proyecta Ahmadineyad de oscurantismo y sumisión. Resulta que millones de iraníes salieron a votar en las elecciones del 5 de junio… y votaron en contra de Ahmadineyad en una proporción tal que cuando se dio por reelecto con el 60% de los votos se desató una protesta nacional, con multitudes en la calle protestando fraude. El candidato opositor Mir Hussein Musavi ha pedido una revisión de los votos, mientras que los corresponsales extranjeros reportan situaciones irregulares y ventajistas aplicadas por el gobierno de Ahmadineyad en la campaña electoral.
Y miren qué similares son los métodos electorales de estos compadres. El gobierno iraní prohibió la colocación de afiches, salvo en los sitios cercanos a los comandos de los candidatos, mientras que la imagen del Presidente estaba en cada esquina. Aprovechando que dos terceras partes de la población tienen celular, los candidatos enviaban mensajes y se comunicaban con sus maquinarias por esta vía, sistema que aprovechó en su campaña el propio Ahmadineyad. Pero sólo una tercera parte tienen Internet y menos aún Facebook. Casualmente, como en Venezuela, en Irán las clases con mejor nivel socioeconómico son las más opuestas al régimen, así que tres semanas antes de las elecciones el Ministerio de Comunicaciones bloqueó Facebook. Se prohibieron los “exit pols” o encuestas a boca de urna, se suspendió el servicio telefónico fijo por muchas horas y se boicoteó la salida del periódico del candidato Musavi. Esto sin contar con las innumerables “trampas” del sistema electoral, controlado como aquí, por el gobierno.
Una vez conocidos los resultados, muy diferentes a lo esperado, la oposición se lanzó furiosa a las calles, igual que en Venezuela protestaron por millones, hubo muertos, heridos y el mundo se enteró de lo que sucedía en Irán por las cadenas internacionales de noticias. Los corresponsales extranjeros fueron considerados “testigos incómodos” de los gritos de “fuera el tirano” y “¿Dónde está mi voto?” y recibieron un fax del Ministerio de Orientación Islámica advirtiéndoles que debían abandonar el país al vencérseles su visa de trabajo. A varias televisiones se les han requisado durante horas las cámaras y no se les permite filmar en numerosos lugares del país. La oficina del canal por satélite árabe “Al Arabiya” fue cerrada durante una semana y a las agencias de prensa con servicio de televisión les han indicado que no envíen imágenes a medios como la BBC o “Voice of América”, prohibidos en el país.
El sábado, en una multitudinaria rueda de prensa, Ahmadineyad acusó a la prensa internacional de inmiscuirse en los asuntos internos de Irán y de proyectar una imagen “errónea y negativa” del país (¿les suena conocido el discurso?). “Parece que ustedes no han aprendido la lección del pasado”, dijo el presidente, quien después afirmó muy fresco que en Irán “hay cien por cien libertad”.
Ahmadineyad se muestra seguro de que la revisión ofrecida a la oposición no va a arrojar resultados muy distintos a los iniciales. Se fue a reunir con Putin: tiene negocios internacionales mucho más importantes que ocuparse de la protección de los derechos de los votantes, de la integridad física de los manifestantes o del respeto a la voluntad de su pueblo en las urnas. Tienen negocios a gran escala y cuenta con su amigo sudamericano para usar esa cabeza de playa en sus planes frente al Imperio. Pero Irán está revuelto. Como lo está Venezuela. Un pequeño detalle que los socios no quieren tomar en cuenta pero que los puede bajar de su sacralizada nube de un solo golpe.
Ambos tienen el mismo estilo autocrático de gobernar, con criterios similares hacia los derechos humanos, la justicia y el uso abusivo del poder para favorecer su facción. En Irán, un gobierno confesional teocrático tiene por jefe de estado a Alá y por representante ejecutivo a Ahmadineyad. Aquí en Venezuela la democracia ha sido demolida y también es un solo hombre, que se cree representante de Jesucristo y de Bolívar quien dispone de todos los poderes.
Internacionalmente Venezuela ha formado un bloque nada pluripolar con Irán y Rusia, con coqueteos constantes con China, para enfrentar el poder del “imperio”. Posición ciertamente ridícula en un mundo cada vez más pragmático en cuanto a ideologías, pero considerada extremadamente peligrosa por países que evalúan la cercanía de estos regímenes con organizaciones terroristas como las FARC y Hezbollá. La afinidad emocional del Presidente venezolano con dictadores como Fidel Castro, Alexander Lukashenko o el genocida de Sudán, importa menos a la comunidad internacional que la amistad con un individuo explosivo, fanático y peligroso como Ahmadineyad, cuya posesión de energía nuclear se ha convertido en la pesadilla del mundo occidental.
Pero los vecinos de Venezuela no están más tranquilos, ante el aumento pantagruélico de los gastos militares del gobierno chavista, que compra tanques, aviones, fusiles, submarinos y misiles, gastando un presupuesto que el país necesita desesperadamente para combatir su pobreza e inseguridad. En Irán el panorama no es mejor: un país rico con mucha gente pobre, agobiada por el analfabetismo y la violencia.
Sin embargo, las recientes elecciones en Irán han demostrado que existe un país diferente a ese que proyecta Ahmadineyad de oscurantismo y sumisión. Resulta que millones de iraníes salieron a votar en las elecciones del 5 de junio… y votaron en contra de Ahmadineyad en una proporción tal que cuando se dio por reelecto con el 60% de los votos se desató una protesta nacional, con multitudes en la calle protestando fraude. El candidato opositor Mir Hussein Musavi ha pedido una revisión de los votos, mientras que los corresponsales extranjeros reportan situaciones irregulares y ventajistas aplicadas por el gobierno de Ahmadineyad en la campaña electoral.
Y miren qué similares son los métodos electorales de estos compadres. El gobierno iraní prohibió la colocación de afiches, salvo en los sitios cercanos a los comandos de los candidatos, mientras que la imagen del Presidente estaba en cada esquina. Aprovechando que dos terceras partes de la población tienen celular, los candidatos enviaban mensajes y se comunicaban con sus maquinarias por esta vía, sistema que aprovechó en su campaña el propio Ahmadineyad. Pero sólo una tercera parte tienen Internet y menos aún Facebook. Casualmente, como en Venezuela, en Irán las clases con mejor nivel socioeconómico son las más opuestas al régimen, así que tres semanas antes de las elecciones el Ministerio de Comunicaciones bloqueó Facebook. Se prohibieron los “exit pols” o encuestas a boca de urna, se suspendió el servicio telefónico fijo por muchas horas y se boicoteó la salida del periódico del candidato Musavi. Esto sin contar con las innumerables “trampas” del sistema electoral, controlado como aquí, por el gobierno.
Una vez conocidos los resultados, muy diferentes a lo esperado, la oposición se lanzó furiosa a las calles, igual que en Venezuela protestaron por millones, hubo muertos, heridos y el mundo se enteró de lo que sucedía en Irán por las cadenas internacionales de noticias. Los corresponsales extranjeros fueron considerados “testigos incómodos” de los gritos de “fuera el tirano” y “¿Dónde está mi voto?” y recibieron un fax del Ministerio de Orientación Islámica advirtiéndoles que debían abandonar el país al vencérseles su visa de trabajo. A varias televisiones se les han requisado durante horas las cámaras y no se les permite filmar en numerosos lugares del país. La oficina del canal por satélite árabe “Al Arabiya” fue cerrada durante una semana y a las agencias de prensa con servicio de televisión les han indicado que no envíen imágenes a medios como la BBC o “Voice of América”, prohibidos en el país.
El sábado, en una multitudinaria rueda de prensa, Ahmadineyad acusó a la prensa internacional de inmiscuirse en los asuntos internos de Irán y de proyectar una imagen “errónea y negativa” del país (¿les suena conocido el discurso?). “Parece que ustedes no han aprendido la lección del pasado”, dijo el presidente, quien después afirmó muy fresco que en Irán “hay cien por cien libertad”.
Ahmadineyad se muestra seguro de que la revisión ofrecida a la oposición no va a arrojar resultados muy distintos a los iniciales. Se fue a reunir con Putin: tiene negocios internacionales mucho más importantes que ocuparse de la protección de los derechos de los votantes, de la integridad física de los manifestantes o del respeto a la voluntad de su pueblo en las urnas. Tienen negocios a gran escala y cuenta con su amigo sudamericano para usar esa cabeza de playa en sus planes frente al Imperio. Pero Irán está revuelto. Como lo está Venezuela. Un pequeño detalle que los socios no quieren tomar en cuenta pero que los puede bajar de su sacralizada nube de un solo golpe.
CHARITO ROJAS