Junio 16, 2009
Al régimen se le acabó el hilo democrático el 23 de noviembre del año pasado.
Cuando recibiera un derrota de proporciones descomunales y se le hiciera claro que por esa vía, la electoral y democrática, iba derechito al abismo. Como también le quedara claro el 2 de diciembre, sufriendo la más contundente y visceral de sus derrotas. Desde que asaltara electoralmente el Poder, hace poco más de diez años, hasta este 23 de noviembre, hizo amago de comportarse democráticamente. Por lo menos del cerco de sus dientes para afuera. En sus primeras fases pudo ganar elecciones limpiamente y sin trampas. El poder de su seducción hizo el resto. Democracia populachera y plebiscitaria, pero democracia al fin. Fue una luna de miel que duró dos años.
Hasta el 11 de abril del 2002, cuando fuera aventado del Poder por una monumental rebelión popular, malbaratada por quienes usurparan la rebeldía popular para hacerse con el Poder - empresarios, clérigos y dueños de medios - que creyeron que esos millones de manifestantes formaban parte de sus haberes y podían justificar lo injustificable. Desastre permitido por dos causales trágicas: la falencia moral de partidos arruinados, asustados por el caudillo y abrumados por sus complejos de culpa. Y por la insólita pusilanimidad, cobardía y miseria de unos militares carentes del más elemental sentido histórico, incapaces de resistir una transfusión de sangre.
Ese día quedó claro que Chávez tendría el Poder tanto tiempo como le viniera en ganas si se lo permitíamos los civiles, asistido por Fidel Castro y todo sus aparataje represivo. Y por una fracción del ejército venezolano, comandado por Raúl Isaías Baduel, que en su prisión descanse. Por cierto: un oficial que ocupara el puesto 23 de su promoción, elevado a las alturas del generalato y el ministerio de defensa gracias a su compadrazgo con el teniente coronel. Mientras los primeros de la promoción eran tirados a la basura de la historia, por constitucionalistas. De allí sus compromisos y la fidelidad del 11-A: pagó los favores del compadre con una bravuconada que le bajó los ánimos a Vázquez Velasco y a ese grupo de oficiales que en mala hora y de puro infortunio montaran el Sábado Sensacional de Plaza Altamira.
Son, entre derrotas, fraudes y engañifas, los diez años que llegaran a su fin el 23 de noviembre pasado, cuando el teniente coronel se enteró de la tremenda iracundia popular y sus delfines fueran arrastrados por los suelos por Ledezma, Pérez Vivas & Cia. Un nuevo liderazgo había nacido y, con ellos, otros gallos de pelea. Allí mismo decidió que terminaba el coqueteo seudo democrático, electorero y plebiscitario y comenzaba a jugar fuerte: dictadura de frente y de las más duras. Primero de a poco, que en el fondo le tiene terror al fracaso. Luego a millón. Dependiendo del aguante de los demócratas, de la decisión de los opositores, de la grandeza de nuestro liderazgo. De la paciencia y del cuánto hay pa’ eso de los militares constitucionalistas. Pero sobre todo: de la resistencia de la sociedad civil, que comienza a hervir de indignación y arrechera.
En esas estamos. Los partidos parecen advertir que el 23-N escenario político nacional cambió frontalmente. Que hay un antes y un después del 23-N. Que estamos bajo el regimiento de una dictadura en proceso de desarrollo. Y que no hay otra respuesta posible que el enfrentamiento puro y duro. Ya no hay retroceso. Hasta aquí llegamos. Nada de esperar por el permiso de Seijas o del tenorino de Datanálisis. Que si por ellos y su comandante fuera, seríamos mayoría a fines del tercer milenio.
Volvemos a los prolegómenos del 11 de abril. Pero con cambios sustantivos. Baduel está preso. Los compañeros de promoción están haciendo sus maletas. La oposición aprendió su lección. Los partidos se han unido. Y a diferencia del nefasto abril, tenemos líderes de pelo en pecho. Por eso truenan los tambores, se prende el volcán, hierven los arrabales.
Por eso titubean y vacilan los sigüises antes de cerrar Globovisión y aprobar la ley electoral. Por eso sueltan a sus mastines y desembozan a sus grupos de choque. Por eso afilan los puñales, sueltan a sus enanos universitarios y desentierran sus armas. Truenan los tambores. ¿Por quién repican?
Hasta el 11 de abril del 2002, cuando fuera aventado del Poder por una monumental rebelión popular, malbaratada por quienes usurparan la rebeldía popular para hacerse con el Poder - empresarios, clérigos y dueños de medios - que creyeron que esos millones de manifestantes formaban parte de sus haberes y podían justificar lo injustificable. Desastre permitido por dos causales trágicas: la falencia moral de partidos arruinados, asustados por el caudillo y abrumados por sus complejos de culpa. Y por la insólita pusilanimidad, cobardía y miseria de unos militares carentes del más elemental sentido histórico, incapaces de resistir una transfusión de sangre.
Ese día quedó claro que Chávez tendría el Poder tanto tiempo como le viniera en ganas si se lo permitíamos los civiles, asistido por Fidel Castro y todo sus aparataje represivo. Y por una fracción del ejército venezolano, comandado por Raúl Isaías Baduel, que en su prisión descanse. Por cierto: un oficial que ocupara el puesto 23 de su promoción, elevado a las alturas del generalato y el ministerio de defensa gracias a su compadrazgo con el teniente coronel. Mientras los primeros de la promoción eran tirados a la basura de la historia, por constitucionalistas. De allí sus compromisos y la fidelidad del 11-A: pagó los favores del compadre con una bravuconada que le bajó los ánimos a Vázquez Velasco y a ese grupo de oficiales que en mala hora y de puro infortunio montaran el Sábado Sensacional de Plaza Altamira.
Son, entre derrotas, fraudes y engañifas, los diez años que llegaran a su fin el 23 de noviembre pasado, cuando el teniente coronel se enteró de la tremenda iracundia popular y sus delfines fueran arrastrados por los suelos por Ledezma, Pérez Vivas & Cia. Un nuevo liderazgo había nacido y, con ellos, otros gallos de pelea. Allí mismo decidió que terminaba el coqueteo seudo democrático, electorero y plebiscitario y comenzaba a jugar fuerte: dictadura de frente y de las más duras. Primero de a poco, que en el fondo le tiene terror al fracaso. Luego a millón. Dependiendo del aguante de los demócratas, de la decisión de los opositores, de la grandeza de nuestro liderazgo. De la paciencia y del cuánto hay pa’ eso de los militares constitucionalistas. Pero sobre todo: de la resistencia de la sociedad civil, que comienza a hervir de indignación y arrechera.
En esas estamos. Los partidos parecen advertir que el 23-N escenario político nacional cambió frontalmente. Que hay un antes y un después del 23-N. Que estamos bajo el regimiento de una dictadura en proceso de desarrollo. Y que no hay otra respuesta posible que el enfrentamiento puro y duro. Ya no hay retroceso. Hasta aquí llegamos. Nada de esperar por el permiso de Seijas o del tenorino de Datanálisis. Que si por ellos y su comandante fuera, seríamos mayoría a fines del tercer milenio.
Volvemos a los prolegómenos del 11 de abril. Pero con cambios sustantivos. Baduel está preso. Los compañeros de promoción están haciendo sus maletas. La oposición aprendió su lección. Los partidos se han unido. Y a diferencia del nefasto abril, tenemos líderes de pelo en pecho. Por eso truenan los tambores, se prende el volcán, hierven los arrabales.
Por eso titubean y vacilan los sigüises antes de cerrar Globovisión y aprobar la ley electoral. Por eso sueltan a sus mastines y desembozan a sus grupos de choque. Por eso afilan los puñales, sueltan a sus enanos universitarios y desentierran sus armas. Truenan los tambores. ¿Por quién repican?
PEDRO LASTRA