miércoles, 10 de junio de 2009

Los trofeos de Miraflores




VAMOS A DALE

Elizabeth Fuentes

Lo voy a decir de una vez: no me gustan los cazadores.

Amo los animales vivitos y coleando, incluyendo las hormiguitas esas
que me tienen el azucarero invadido y no acierto con ningún remedio
casero que las ahuyente. Por lo mismo me fascinan los zoológicos,
siempre y cuando mantengan a nuestros part- ners del planeta en las
mejores condiciones y no dejen a los humanos abusar de su presunta
superioridad sólo porque estamos del otro lado de la reja.

Me gustan los zoológicos donde el espacio es grande y limpio, le
respetan los hábitos a cada especie y, sobre todo, no los exhiben como
parte de ningún espectáculo ni los ridiculizan poniéndoles disfraces o
gorritos, nada de eso. Que juré no ir más nunca a Disneyworld a ver a
los delfines haciendo maromas porque me parece como abusivo y
comercialote el asunto y además, me resultan mucho más simpáticos
saltando a mar abierto.

Y no se imaginan la tranquilidad de alma que me entró cuando me enteré
de que los varones que practican la pesca como deporte suelen devolver
el pez al agua porque parece que la pesca no es sino una excusa para
que un bojote de amigos se vaya bien lejos de sus mujeres a no hacer
nada ni hablar de nada y sobre todo, a no escucharlas.

En fin, que no me gustan los cazadores (ni siquiera las águilas que a
veces cazan moscas), y muchísimo menos los que exhiben la pieza del
oponente como un trofeo, cuando sabemos que el asunto ha sido producto
de un desbalanceado juego de poder donde yo tengo las armas y el otro,
si acaso, un rugido que sólo le sirvió para advertir su ubicación.

Y antes de que me empiecen a acusar de comeflor (o colaboracionista),
vayamos al meollo del asunto que suele ser siempre el mismo meollo en
todos nuestros asuntos: ¿Pretenden los lamebotas hacernos creer que
están muy angustiados por el ecosistema cuando se horrorizan frente a
las cabezas de animales que colecciona el señor Zuloaga? ¿Quieren
repetir conmigo la lista infinita de crímenes ecológicos que este
gobierno ha cometido, incluyendo su absoluta negligencia e incapacidad
a la hora de mantener limpias nuestras ciudades o la contaminante
decisión de impedir que el programa Pico y Placa continúe sólo porque
prefieren que los caraqueños traguemos monóxido de carbono antes que
reconocer que los alcaldes de Chacao y Baruta tienen mejores ideas que
los de Libertador? ¿Se les olvidó, señores cargadores de cabezas de
tigre, lo "disecado" que está el Lago de Maracaibo con esa cosa verde
horrenda encima? ¿O las condiciones inmundas del Lago de
Valencia? ¿Y esa enorme pieza de colección que se llama el estado
Vargas, señor ministro del Poder Popular Para las Vainas Varias, no
cree que deberían otorgarle el Nobel del deterioro ambiental por sus
sostenidos diez años de dolce far niente? ¿Apostamos un buen cupo de
dólares de Cadivi a que ya no hay mercurio en las zonas mineras o se
acabó el crimen forestal o la Pdvsa del pueblo ya no lanza combustible
a nuestros mares, apostamos? Que si no es por la guerra que plantamos
los vecinos frente al horror que pretendían hacer con el parque La
Carlota, construyendo setecientas viviendas para los militares, hoy no
existiría ni un periquito en los árboles de la zona y ni hablar de la
ración extra de monóxido que nos iba a tocar respirar a cuenta de sus
Hummer y sus jeepzotes.

Pero qué horror, qué espanto lo que se encontraron los revolucionarios
en la casa de Zuloaga, cómo se le ocurre exhibir las cabezas de sus
víctimas. Como si eso también fuese una novedad en los tiempos que
corren. ¿O es que nadie se ha paseado por la inmensa, enorme,
interminable galería de cabezas cortadas que penden de las paredes de
Miraflores?

A ver: por aquí, bien disecadita, la cabeza de don Luis
Miquilena, creador del partido, el que recogió el dinero para la
campaña y alojó al presidente Chávez en su casa, cazado in fraganti
dialogando con la oposición... por allá vemos otra de la misma data:
Carmen Ramia, directora del Ateneo, socia de El Nacional. En ambos
apoyó no sólo al Presidente sino a buena parte de la izquierda que hoy
está en el poder... Y Tobías Nóbrega, ¡y miren la cabezota de Juan
Barreto, quién lo diría! Total, que el muestrario de trofeos pica y se
extiende: Marisabel Rodríguez, más allá Pablo Medina, Jorge
Olavarría... un largo y tortuoso muestrario de cientos de aliados que
conduce a un área restringida: "Sólo para cabezas de militares", dice
el cartelito.

Allí penden desde Urdaneta Hernández y Acosta Chirinos, hasta el
general Baduel, en estricto orden de desaparición. "Aunque hay una
plaquita que no tiene cabeza, la de Arias Cárdenas, explica el guía de
Miraflores, porque el Presidente la monta y desmonta cada vez que se
le antoja...".

Dicen las malas lenguas que el pasillo de las cabezas cortadas por
venir es más largo y lúgubre. Y que el encargado de hacer las
plaquitas vive en un solo Valium porque lo obligan a ver Aló
Presidente no vaya a ser que el Cazador degüelle a una de sus piezas
en vivo y directo y el pobre hombre tenga que salir disparado a poner
el nombre en la plaquita.