viernes, 5 de junio de 2009

JALAR MECATE





Según Mariano Picón Salas, con el lema de "vivamos, callemos y
aprovechemos" se consumieron varias generaciones de venezolanos. Se refiere
al período gomecista, claro está. Lo trae a colación en un ensayo dedicado
al estudio de la importancia de Doña Bárbara y del esfuerzo de Gallegos por
romper el letargo de la sociedad pisoteada por el Benemérito. En todo caso,
da cierto consuelo de tontos que este "vivamos, callemos y aprovechemos" no
sea propiedad exclusiva de nuestro tiempo. En Venezuela, esa modalidad de
vida está siempre acompañada de lo que, criollamente, suele denominarse la
"jaladera de mecate" o "jaladera de bola".

El arte del jalabolismo tiene larga tradición entre nosotros, se cultiva
especialmente en aquellos tiempos en los que todo el poder está en manos del
pueblo, es decir, de un solo hombre que se hace llamar a sí mismo "pueblo".
La adulación suele ser representada como una mujer vestida de forma
elegante, tocando una flauta (música grata a los oídos es la jalada) y
rodeada de abejas aguijones en ristre, junto a un fuelle, simbolizando que
se apaga la luz de la razón y se encienden las pasiones.

Aunque no lo parezca, adular se convierte en un refinado arte que requiere
de tacto y moderación: Una lisonja excesiva puede ofender, una jalada feroz
puede lastimar. Por ejemplo, si su jefe dice: "Esta mañana se me ocurrió una
idea", no debe salir usted, de una, a aplaudirle.

Lo razonable es conocer primero la idea y luego aplaudirla porque podrían
responderle a uno, como en efecto le respondieron a alguien:
"Pero bueno, chico, cómo vas a aplaudir mi idea antes de que yo la diga, ¿tú
eres brujo, acaso, para saber lo que yo estoy pensando?" No es difícil,
pues, que el jalador caiga fácilmente en desgracia. Un episodio conocido es
el de Nicolás Fouquet, consejero de Estado del rey Luis XIV.

Para la inauguración de su castillo en "Vaux-leVicomte", este hombre preparó
una cena, en honor al Rey, tan magnífica que hasta contrató al celebrado
François Vatel (como decir Sumito Estevez, pero francés). La cena fue tan
magnífica y la jalada tan espectacular que el Rey se ofendió y no habían
hecho la digestión cuando ya Fouquet estaba preso.

Claro que hay que tener en cuenta que Fouquet le estaba jalando a alguien
que ya había dicho de sí mismo: "El Estado soy yo". Es que también hay
jalantes osados. Será por situaciones como la descrita que el escritor Paul
Ambroise Valéry: "Cuando alguien te lame las suelas de los zapatos, colócale
el pie encima antes de que comience a morderte".

Atención, pues, a lo que la historia aconseja en materia de jalada:
moderación. Jaladores: No tenemos nada que perder --y menos las cadenas-- y
un mundo entero por jalar: jaladores del mundo... uníos.
Laureano Márquez