Cualquier desprevenido que por simple mala suerte -o déficit en la transmisión en “vivo y directo” que hacían los canales de televisión confiables e independientes de la crisis política que desde hacía una semana se precipitaba en Honduras-, se pegó la mañana del pasado 5 de julio de la señal de TELESUR, no es difícil que rápidamente concluyera que una especie de “madre de todas las batallas” se cernía sobre el continente y en cuestión de horas, o quizá minutos, una gigantesca ola de sangre caería sobre Centroamérica y el país de Morazán.
Y es que era tal el alud de imágenes de archivo presentadas como si fueran de “último minuto” ( de todo lo que en buen cristiano se conoce como “desinformación”), con multitudes colmadas de rabia, en trance agónico y decididas a arreglar cuentas con el tirano y reinstalar a “Mel” en el poder; tal la cantidad de avenidas, autopistas, carreteras, y caminos vecinales tomadas por hondureños fanáticos del socialismo del siglo XXI, que yo mismo, con toda mi veteranía de corresponsal en guerras mediáticas, fui picado por la angustia y me pregunté si no estábamos a las puertas de uno de esos crímenes colectivos que quedan tatuados para la conciencia colectiva y la historia.
Seguían después los cortes abruptos y con identificación apresurada de los referentes, las declaraciones de los presidentes y ministros de los países del ALBA, todos en el tono de advertirle al “dictador” Micheletti y sus generales que “estaban rodeados, que la toma de Tegucigalpa era cuestión de horas, que era mejor rendirse, y no resistir la ola de cambio, revolución y socialismo que inundaba a Honduras y América Latina”, que, al alternarse con los partes guerra de los reporteros de TELESUR desde “el propio lugar de los acontecimientos y mientras luchaban cámaras y micrófonos en mano contra los asesinos de Goriletti”, reforzaban todas las imágenes y percepciones previas sobre aquel Armagedón con tambores caribeños y entre la vegetación tropical.
Capítulos y escaramuzas introductorios a la tragedia que revelaban una sola ausencia, una escalofriante omisión, la del hombre que para todo el mundo era quien había movido los hilos para llegar a aquel punto de quiebre, al centro de aquella espeluznante catástrofe, de aquel “thriller” que no le hubiera pasado desapercibo a los guionistas de los videoclip del recientemente fallecido Rey del Pop, pero sin duda que para hacer más intrigante y perturbadora su presencia, para preparar el escenario en que severo, mal humorado y tonante anunciaría, “urbi et orbi”, el instante o segundo decisivo cuando habría que declarar la toma de Tegucigalpa y la reinstalación de Mel Zelaya en el palacio presidencial de Honduras: Hugo Chávez.
Y aquí habría que asombrarse de lo rápido y bien que han aprendido los teóricos del socialismo del siglo XXI, los creadores de la franquicia que compra adscripción al ALBA y reconversión al socialismo con petrodólares en cantidad suficiente para imponer, vía elecciones, la presidencia vitalicia y de reelección indefinida, lo rápido y bien que han aprendido la lección de CNN en inglés y español y de otras cadenas de televisión como FOX, NBC y BBC, que dejaron claro en los distintos escenarios de los conflictos de las últimas 2 décadas del siglo XX y de la primera del siglo XXI, que la pantalla chica también puede crear guerras, o, por lo menos, imprimirle tendencias, que empiezan ganando batallas en la opinión pública, independientemente de lo que indique la realidad.
Dogma mediático que solo puede enfrentarse y derrotarse con la pluralidad y diversidad de las opiniones, con los distintos puntos de vista que, contraviniendo los nuestros, están ahí para complementarlos, nutrirlos y enriquecerlos.
Pero que no son sutilezas que puedan complacer el gusto simple de los neototalitarios del siglo XXI, para quienes, mientras más esquemática, magra, única y excluyente es la realidad, más posibilidades tiene de emplearse como garrote, fusil, o pistoletazo.
Y lo que decía la realidad en Honduras, era que el gobierno de transición contaba con el apoyo de las instituciones democráticas y del pueblo hondureño, que las encuestas le daban un rechazo del 80 por ciento a Zelaya semanas antes de ser destituido, y que los manifestantes que TELESUR presentaba como multitudes “airadas y en trance agónico”, eran grupos de piqueteros que, al igual que la televisión chavista, operaban sin restricciones en Tegucigalpa y todo el país, porque el gobierno, fiel a su ideario democrático, no quería reprimir el derecho a manifestar y de libertad de expresión aun en medio de la crisis.
Que mediáticamente se exponenció cuando el comandante en jefe, el comandante-presidente Chávez, “siendo las cuatro y media de la tarde” apareció -cual Saddam Hussein horas antes de sus catastróficas derrotas de los años 91 y 2oo2 (Primera y Segunda Guerra del Golfo)-, arengando a las tropas que desfilaban en la celebración del 198 aniversario de la independencia venezolana, en la ciudad histórica de Ciudad Bolívar, luciendo traje de campaña, y hablando en el tono áspero, contundente y amenazador de quien, ya oye el tronar de los motores del avión que lo conduciría al escenario de los combates, al gran teatro de la guerra:
“Venezuela no será más nunca colonia de nadie” empezó diciendo. “Somos y seremos libres por el camino de la revolución”, para luego pasar al bombazo, a la frase que recorrería a América y al mundo y haría que las cámaras y micrófonos de TELESUR se ovillaran en una suerte de paroxismo que era ya la toma de la historia por asalto:
“Hace dos horas y un poco más despegó desde Washington un avión venezolano, con dos capitanes venezolanos…llevando una comitiva presidida por el legítimo y único presidente de Honduras, Manuel Zelaya”.
Otra pausa, suspenso, silencio de largos segundos, y aquí creo yo que empezó el desmontaje del fiasco, el descubrimiento de una farsa tan dolorosa como costosa, y que indicia que el socialismo del siglo XXI entra a la senectud sin haber vivido la pubertad, y fue que el comandante en jefe, el comandante-presidente, en vez de anunciar o insinuar que se incorporaba a la comitiva de Zelaya, o, en su defecto, viajaba a algún lugar fronterizo innominado para dirigir o asesorar las acciones, pero que podía estar en Salvador o Nicaragua, escurrió el bulto y dijo que por razones de agenda seguiría “la guerra” desde territorio venezolano.
Y como para que no quedaran dudas, continuó diciendo: “Acabo de hablar con el presidente Zelaya y le dijimos: Suerte en su misión y que Dios le proteja. Está haciendo lo que tiene que hacer”. Antes de montarse en el avión me dijo: “Comandante y amigo, si esta es la última vez que hablamos, siga usted adelante”.
Pero hubo más, mucho más, y fue el anuncio del comandante-presidente de que la presidenta de Argentina, Cristina Kirchner, una señora que hace ya tiempo traspasó el umbral de la tercera edad y padece de graves quebrantos de columna, así como de malestares en el pecho, con una derrota electoral reciente que acabó con el modelo neoperonista de su marido, y 50 muertos y 5 mil infectados de fiebre porcina a cuestas; más el cura presidente de Paraguay, Lugo, con expedientes en su país por denuncias de aberración sexual que lo han constituido en el padrote de una familia de 8 hijos ilegítimos, más el alocado presidente de Ecuador, Correa, un economista que vive todo confundido porque no sabe si su jefe es Chávez, o Fidel Castro, que esos individuos, que esa ralea era la que acompañaría a Zelaya en su descenso en Tocontín y posterior traslado a la sede del gobierno en hombros de las multitudes.
Ah, y se me olvidaba, y otro acompañante de lujo, el Secretario General de la OEA, Miguel Insulza, quien sufre de la crisis de credibilidad más grande que ha padecido latinoamericano alguno en la historia, y del cual, no se sabe si fue incorporado al grupo como maestro de ceremonias o mesonero.
Delirio que ya los televidentes no tuvieron que confirmar que era otra mentira del castro-chavismo, pues Zelaya se devolvió en pleno vuelo y aun sin haber visto tierra hondureña cuando las autoridades aeronáuticas le comunicaron que no tenía permiso para aterrizar, la comitiva prefirió quedarse en San Salvador para pegarse de TELESUR, y el comandante presidente se refugió en Caracas instalado en un bunker full aire acondicionado, cocina de autor, y todas las exquisiteces que ofrecen las MIT para poder seguir las incidencias de la miniserie Mets de Nueva York- Phillies de Filadelfia que estaba de lo más buena.
Y de donde desapareció hasta ayer para anunciar que la OEA, Insulza, el ALBA y el mismo habían sido separados del problema hondureño y que Mel Zelaya y Micheletti estaban de acuerdo con que Estados Unidos y el presidente Oscar Arias fueran quienes mediaran en la solución de la crisis.
O sea, que derrota catastrófica del castrochavismo en su primera guerra mediática, y conclusión de que hace falta más que petrodólares, un presidente parlanchín, y funcionarios “mediáticamente” autodidactos, analfabetos y fanatizados para transformar mentiras en verdades e imágenes de archivo en realidad.