sábado, 11 de julio de 2009

Elías Pino Iturrieta // No hablar sobre propiedad privada


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Por conducto de El Supremito, el gobierno ha prohibido la transmisión de unas cuñas que pretendían la defensa de la propiedad privada. Era una iniciativa de un par de asociaciones que hasta ahora han funcionado dentro de los cánones de la legalidad -Cedice y Asoesfuerzo- pero sus mensajes sobre la salvaguarda de los bienes que cada quien tiene el derecho de poseer, o aún de los que aspire a disfrutar en el porvenir, pasan al ámbito de la irregularidad.

Acusadas por El Supremito de malévolas intenciones, presentadas como mentira o como maldad, casi tachadas de herejía, las referidas cuñas se colocan ahora en el ámbito de la veda propia de las especies perniciosas que pueden inocular el veneno de la desinformación en el seno de la sociedad.
El poderoso burócrata no sólo ha suprimido la divulgación del contenido de la publicidad, sino que también ha castigado con multas a las emisoras que la han ofrecido a la audiencia, según hacía la Inquisición en la Edad Media con los cómplices de los pecados públicos.

La medida de El Supremito sólo pudiera encontrar fundamento en el hecho de que Cedice y Asoesfuerzo mintieran descaradamente, pero no es el caso, bajo ningún respecto. El contenido de sus mensajes encuentra fundamento en evidencias palmarias, en testimonios que los ciudadanos pueden registrar a través de miradas someras del ambiente en el cual se desenvuelven. Diez años de expropiaciones compulsivas de las heredades rurales, solicitudes imposibles de cumplir en torno a la tradición que respalde el disfrute de parcelas medianas y grandes cuyo control se ha detentado sin objeciones a través del tiempo, centenares de edificaciones invadidas en las ciudades, intervenciones de la actividad de las industrias y de las herramientas de los industriales, sin que la autoridad toque con el pétalo de una rosa a los protagonistas del atropello, constituyen elementos suficientes para proponer una publicidad capaz de alarmarnos sin exagerar sobre un asunto que nos toca de cerca.

Los líderes de la "revolución" no son tan tontos como para legitimar de un plumazo unas conductas que lesionan a la mayoría de los gobernados y a quienes dependen de los titulares de la propiedad, pero las permiten gracias a una estentórea pasividad que sirve de sobra para que
Cedice y Asoesfuerzo emprendan la campaña que emprendieron.

Precede a los atentados un inflamado discurso contra los propietarios, iniciado por Chávez y calcado por sus acólitos, mediante el cual se asocia a la riqueza, que es la principal y más evidente derivación de la propiedad, con el pecado esencial que encierra el simple hecho de valerse de la posesión de inmuebles, muebles, objetos de cualquier naturaleza y medios de
producción de diversa escala para generar bienestar individual y familiar, o aún para acceder a situaciones de refinamiento y esplendor.

Le ha dado ahora al mandón por machacar el evangelio de Marx y por solazarse en citas de
Engels, quienes no fueron promotores de bienes raíces ni agentes de prósperas empresas, sino sus antagonistas notorios. Al amparo de tales fuentes, a las cuales se agrega la dependencia del modelo de la Cuba castrista, se plantea una división de la ciudadanía partiendo de una
valoración tendenciosa de sus relaciones con la fortuna material; y le sobran argumentos a los defensores de la propiedad privada para realizar unas campañas a plena luz que sólo la arbitrariedad puede reprimir.

O el miedo, debido a la relación que existe entre la propiedad privada y el ejercicio de la libertad. Tal vez no se trate de un vínculo mecánico, es decir, de que el establecimiento de la libertad dependa inexorablemente de la fundación y la defensa de los bienes atesorados por los particulares; pero se puede demostrar, sin forzar la barra, cómo en las sociedades en las cuales se han formado clases consistentes de propietarios han fracasado los designios dictatoriales o tiránicos, mientras se fortalece el entendimiento plural de los asuntos públicos. Bastaría con mirar el texto ineludible del historiador Richard Pipes, Propiedad y libertad (Fondo de Cultura Económica, 1999), para demostrar el vínculo usualmente íntimo entre ambos derechos, y
para suponer el terror que puede producir en los dictadores o en los candidatos a dictadores, especialmente si se valen del pretexto de sentir y pensar como izquierdistas.

De allí que El Supremito, en materia de propiedad privada y ante la magnitud de lo que ella representa como escollo para la imposición de una hegemonía redonda, se haya atenido a una fórmula que le dio frutos a Gómez y que se condensa en la siguiente sentencia: "De los enemigos, como de los muertos, mejor no hablar". Por eso se ha estrenado de Inquisidor. Sólo que, como
demuestra la existencia de Cedice y Asoesfuerzo, no vivimos ya tiempos gomeros.