La verdad, me habría encantado que para observar el casi aterrizaje de Mel Zelaya en Honduras hubiesen rifado las entradas estilo Ticketmaster, igualito a como ocurrió con el funeral de Michael Jackson en el Memorial Staples Center. Que a través de un portal (notengomasnadaquehacer.com), los ladillaos del mundo unidos, "accesaran" o accedieran a la posibilidad de ponerse en un ticket donde, como si se tratara de ir a la apertura de la temporada del Metropolitan Opera House, estuviese absolutamente organizada la presencia de los interesados en aquel relajo: Sección, Fila y Asiento, siendo los más solicitados, obviamente, aquellos que estuviesen más cerca del Ejército hondureño o de los manifestantes importados. Porque se me antoja que la fila cercana a los reporteros de Telesur no convocaba a nadie, no sólo por lo alejados que se ubicaron del cadáver político sin aterrizar del ex presidente hondureño, sino porque me rumoraron que estaba demasiado pegadita a los baños portátiles, que es adonde suelen terminar siempre nuestros revolucionarios locales cada vez que escuchan una plomazón lejana.
Y lo digo no sólo porque me indignó que el dichoso political sub- development reality show acabó con una parrilla dominical buenísima donde estábamos de lo más contentos, sino porque de haber podido asistir personalmente a la opereta, al menos nos hubiésemos divertido más, intentando hacer apuestas ("a que aterriza, a que no aterriza, a que el piloto venezolano metió la coba de que venía Insulza a ver si lo dejaban llegar a tierra, a que es un piloto cubano imitando acento venezolano") y, además, como el chiste argentino, hubiésemos podido
conocer gente.
Pero la morcilla se nos achicharró, el chorizo se enfrió, la carne se sobrecoció de tanto ir y venir al cuarto donde estaba la TV, asegurándonos de paso una indigestión colectiva más que segura porque, entre un bocado y otro, surgía Cristina Kirchner con aquel maquillaje y aquella melena, más disfrazada para asistir a los funerales de Michael Jackson que a los de Zelaya. Y a su lado Rafael Correa, con su cuellito Mao étnico y aquel gesto de que está pensando en algo
importantísimo; y más allaíta Daniel Ortega, que parecía recién sacado de una parrilla mejor que la nuestra, aupando a Zelaya y su sombrero porque, según y como entendí después de tres mojitos, el destino de América Latina completo se estaba jugando en aquel preciso instante.
Preciso instante en que comenzó la cadena nacional y no hubo posibilidad alguna de averiguar en qué escala de gravedad andaba nuestro destino porque cuando, obviamente, cambiamos el canal hacia CNN en inglés, allí lo que estaban pasando era un juego de pelota.
Como comprenderán la fiesta se aguó, dividida entre los borrachos que querían calarse la cadena no fuera a ser que Venezuela le declarara la guerra a Honduras mientras nosotros estábamos bailando salsa en la inopia y aquellos que, como yo, preferíamos rumbear hasta la muerte "porque así es como se debe morir", sentenciábamos como quien se dirige a la posteridad, de lo más danielortega nuestra postura.
Las malas lenguas, que nunca faltan en bonche alguno, comenzaron a regar que esa noche el Presidente no quiso comer. Y entonces tuvieron que hacer venir a Diosdado a palacio para darle el alimento. Y que Diosdado, cucharada tras cucharada, le decía: "Ahí viene aterrizando el avioncitooo..." y zuas, le zampaba la compota, mientras el Presidente seguía embobado viendo la tele...