El teniente coronel Hugo Chávez, perturbado mentalmente por el cerco democrático al que se enfrenta en lo interno, irracionalmente piensa que una guerra con Colombia lo hará recobrar la popularidad perdida. Es más, está necesitando esa guerra, una guerra para aureolarse de muertos y democracia sangrienta.
La guerra vuelve carismático hasta a un sargento raso. Cuando perpetró el criminal atentado contra la democracia, el 4 de febrero de 1992, y fracasó en su intento de dar un golpe de Estado y de asesinar al presidente constitucional Carlos Andrés Pérez, el teniente coronel tuvo que deponer las armas y en pocos segundos el carisma cayó sobre él, catapultándolo. El comandante golpista pudo haber consagrado su carisma para siempre, cuando pronunció el "Por ahora", pero lo traicionaron un cúmulo de delitos que inevitable y finalmente lo llevarán hasta una Corte Penal Internacional donde lo harán pagar por las violaciones de los derechos humanos, las innumerables limitaciones de los derechos democráticos, despilfarro y corrupción con los dineros públicos, fraudes electorales y se le juzgará también por sus relaciones con el narcoterrorismo, al cual le suministra armas y le concede beligerancia.
Además, claro está, el interferir en políticas internas de otros países y exportar su trasnochada, empobrecedora y sanguinaria revolución tendrá que ser severamente sancionado por los daños y sufrimientos que también le está causando a otros pueblos. Hugo Chávez lo ha estropeado todo y se ha perdido en esa gran fábrica de fascismo cotidiano que ha venido construyendo por más de una década, por eso se dispone a recuperar el carisma bélico, a coger sus aviones y fusiles de fabricación soviética para embarcar a sus milicianos y a las Fuerzas Armadas experta en gritar ¡Patria, socialismo o muerte! en los desfiles militares de la avenida Los Próceres, en fechas patrias y nuevas efemérides revolucionarias para enfrentarlos a los militares colombianos, fogueados por más de cuarenta años con la guerrilla y ahora, con el apoyo logístico de Estados Unidos en sus bases militares, nos propinarán el revolcón del siglo.
Es la crónica de una derrota anunciada.