miércoles, 12 de agosto de 2009

Elides J. Rojas L. // La revolución de los cachetones



Si algo ha logrado el proceso es avanzar en la lucha contra el hambre. Todos
están gordos

Un déficit horroroso, bestial caída de los ingresos, falta de pagos,
incremento de las deudas para poder mantener la ilusión de que la revolución
es perfecta, obligan al gobierno comunista de Venezuela a realizar actos muy
humillantes para un socialista que se respete: tratar de ganar plata con una
empresa capitalista, disfrazada de socialista, como es Pdvsa.

El enredo del discurso chavista es de sobredosis de café. El líder
intergaláctico dice que poco a poco vamos a un esquema socialista que
contempla la sustitución de lo que queda de las empresas privadas por una
cosa que llaman empresas de producción social. Si quitamos la palabra
empresa, pues le da un ataque de histeria al jefe, no es otra cosa que
simulacros de comunas formadas para producir y vender a bajo costo, a
pérdida si es posible, con el fin de asegurar el bienestar del pueblo con
precios bajos y sin la especulación que supone la ganancia capitalista.

Dicen los chavistas que no habrá ganancias en sus empresas. Y así ha sido.
Ya tienen un buen historial de empresas quebradas como La Electricidad de
Caracas, Sidor y todas las de Guayana. Esa particular forma de generar
bienestar se disimulaba con el bestial subsidio del Gobierno aprovechando
los gigantescos ingresos petroleros. Se acabó la mantequilla y rápidamente
la revolución quebró. Esta es una revolución que, paradójicamente, depende
del éxito del capitalismo para subsistir.

Pero como todo socialismo manejado por cúpulas, estas visiones tienen
excepciones, como en Cuba con los Castro, podridos en real, o el combo
Kirchner, con más de 12 millones de dólares de patrimonio declarado
públicamente en Argentina. Eso es socialismo del bueno. Como aquí. Basta
recorrer Barinas y encontrará otra muestra de socialismo del bueno. Un buen
socialista se apropia de la plata del pueblo, busca un testaferro socialista
también, expropia o invade, construye centros comerciales y compra todo lo
que pueda. Es claro. La farsa terminará algún día y como buenos vivarachos
estafadores, les quedará suficiente para ejercer un capitalismo sin
complejos, lejos de donde cometieron el asalto, hasta más allá del 2021. Eso
es socialismo del bueno.

Y la revolución venezolana no es la excepción. Y menos con tanto billete. La
pobreza es amainada con discursos candentes y guerras imaginarias. Pero, sin
disimulos, el enriquecimiento de los próceres es tan notorio como sus nuevas
barrigas. Toda la cúpula militar de los golpes del 92, salvo las honrosas
excepciones históricas, pasó de talla 28 a 40 en diez años. Eso es progreso
contra el hambre. Esa es la verdadera guerra de los triglicéridos
asimétricos. Basta ver las fotos de los esmirriados combatientes del
golpismo del 92 para notar cómo el bienestar del pueblo afecta botones y
papadas. Es la revolución de los carbohidratos y de los cachetes. Eso no se
puede esconder ni con los chaquetones rojos.