martes, 15 de septiembre de 2009
Volvió, volvió, volvió
Volvió el pavoso
Pedro Lastra
Bastó su regreso para que se desatara tremenda tormenta eléctrica, lloviera a cántaros, los cielos se abrieran dejando caer un bombardeo de granizos, se inundaran calles y avenidas y para colmo de males se desatara el más temible culipandeo telúrico de la década: 6.2 grados de la escala de Richter con epicentro en Morón. ¿No es insólito? Vivirlo para creerlo. Es como para pensar en lo que corriera por las mentes de los caraqueños luego del espantoso terremoto de esa trágica semana santa de 1812, cuando decenas de miles de venezolanos sucumbieran ante la ira desatada de los dioses, cayendo aplastados bajo las cúpulas de las iglesias. Castigo divino por los pecados cometidos.
En lo que los incrédulos debieran pensar es más bien en los anuncios premonitorios que tales iracundias sacan a la luz: vuelve el pavoso y se acaba la paz, la tranquilidad, el sosiego. De España, en donde fuera abucheado ante las cámaras de televisión por una multitud de airados ciudadanos dejándolo ante la humanidad doliente de este siglo como un vulgar tirano, volvió requiriendo con urgencia un bañito de multitud, una caricia de banderas, un beso populoso. Le habrá encargado a Diosdado y a Jesse, le habrá pedido a Jacqueline y a Jorgito Rodríguez, le habrá encomendado a sus dilectos de la Guardia Nacional y en particular a Benavides Torres que siguieran el ejemplo que Ledezma dio y le taponaran Caracas, si no desde el Centro Lido a la Fiscalía, por lo menos de la Andrés Bello hasta Miraflores con centenas de miles de seguidores rojo rojitos. Clarísima la razón porque ninguno de los requeribles asomó su ponzoña por el balcón del pueblo.
La prensa internacional reporta la existencia “de algunos cientos de simpatizantes” (El País, de Madrid). No llegaron a mil. Habrá roto espejos, marcos, sillas y platos enfurecido por la nada que le agasajó a su regreso de uno de sus más largos y ambiciosos periplos: digno de Marco Polo su viaje al medio y lejano oriente. Para que lo insultaran en la Gran Vía y le recibieran esos rastrojos del pasado. Aún así: nada para lo que le esperaba. Al día siguiente se desataron los demonios climatológicos, se vino el cielo encima y la tierra tembló como para cantarle a Yemayá y pedirle misericordia a la Virgen de la Caridad del Cobre. Que, ya lo sabemos, el hombre se nacionalizó castro cubano en cuerpo, alma y espíritu. Si ya ni habla como venezolano. Parece un hijastro de Fidel Castro criado en el cuartel Columbia.
Pura premoción y atisbo del iceberg que asomara este sábado su tenebrosa puntita: sólo en el primer semestre cayó el producto de la industria manufacturera en un 8%, la inflación superó el 15 %, la deuda pública en dólares, incluida la descomunal de PDVSA, ronda los 95.000.000.000 (noventa y cinco mil millones de dólares). El salario real ha perdido este año un 10% de su valor. Vaya a hacer mercado y luego me desmiente. Ayer pagué treinta mil bolívares, el equivalente a $ 15 (quince dólares), por una piche patilla. Ni a 6.50: 5 dólares no cuesta esa patilla ni en Manhattan. Una hamburguesa es más cara en Sabana Grande que en el Quartier Latin o en la Quinta Avenida. Caracas es una de las ciudades más caras del mundo. Gracias a la revolución bolivariana. Paja, pura paja. Y sufrimiento del bueno. De allí el anticipo: el descontento comienza a convertirse en odio. Este terremoto es un débil remedo del volcán social que comienza a abrir sus fauces y lanzar sus fumarolas. Que se vaya confesando. No le alquilo las ganancias.