domingo, 13 de septiembre de 2009

Potentado y el estudiante




Alguna eminencia sabrá explicar cuál es la operación mental que tiene lugar en las masas para favorecer con su voto a un individuo que, a todas luces, carece de la preparación intelectual y emocional para ponerse al frente de un país, pero, además, hace gala de su falta de honestidad, al jactarse de que durante el tiempo que permaneció activo en las fuerzas armadas estuvo conspirando, mintiendo, traicionando el uniforme. Ni talento ni probidad. Y, sin embargo, en su momento hizo furor.

Al parecer, esas masas que se precipitan a llevar a la Presidencia a personajillos de escasa estatura moral, que no dominan más disciplina que la del disimulo, le atribuyen al poder la capacidad de volver sabio al necio, sobrio al estridente, eficiente al torpe y serio al payaso. Es como si estuvieran persuadidas de que no importa que el individuo no haya demostrado absolutamente ninguna virtud, ninguna capacidad de construcción, ninguna intención de ser parte de las soluciones y no de los problemas, que no haya dado ninguna muestra de reflexión. ¡Ah! no importa, todo eso lo corrige el poder en sí mismo. El poder lo hará culto, le otorgará por un avatar prodigioso conocimiento acerca del país, sus problemas y aspiraciones. El poder suprimirá sus defectos, borrará sus crímenes y dejará en su lugar un presidente sensato, austero, respetuoso del país que gobierna.

Bueno, en Venezuela hemos tenido dolorosa ocasión de comprobar que lo que ocurre es lo contrario: el poder acentúa hasta extremos de espanto y ridículo esos rasgos perniciosos. Y hoy nos encontramos en la desesperante situación de tener en el poder un tipo que gasta a dos manos los recursos de Venezuela, para darse viajes, placeres, comilonas y paseos de los que la república no deriva más que las facturas para ser canceladas.

El viernes circularon dos imágenes que glosan la situación del país. En Madrid, el autócrata y algunos de sus colaboradores salen de una librería cargados de bolsas, vestidos como magnates, evidenciando la satisfacción de quien no se siente acosado por el hampa, abrumado por la inflación, inquieto ante la incertidumbre frente a un futuro que pinta muy precario y, por cierto, restringido por la falta de novedades en las librerías de Venezuela. El mismo show de Venecia, el mismo dispendio de dineros que no le pertenecen al mandón, la misma frivolidad, el mismo cinismo, la misma insensibilidad ante los sufrimientos de un país que ha pagado muy duro la equivocación de poner hampones donde debería estar gente de sólida formación y absoluta decencia. Esa es una. Y la otra es la fotografía del bachiller Julio César Rivas Castillo esposado, captado por la cámara mientras está de pie, solo, recostado en la pared de una oficina gubernamental, vestido con unos bluyines y una franela celeste, mirando al frente como reuniendo el coraje que va a necesitar para encarar lo que se le viene, lo que la dictadura le ha echado encima.

El estudiante de la Universidad Alejandro de Humboldt, de Carabobo, fue detenido por protestar, fue incomunicado y, finalmente, remitido al Retén del Rodeo, cárcel de alta peligrosidad.

Mientras el potentado desvía los fondos que requieren los hospitales para pagar el costo de llenar un estadio en Siria para hacer su show, sus esbirros detienen un estudiante y desconocen todos sus derechos.

Mientras los jerarcas del régimen hacen compras en el extranjero porque finalmente para ellos no hay restricciones, no hay limitaciones en el cupo de divisas disponibles, no hay esta vida venezolana llena de privaciones y dificultades, centenares de venezolanos enfrentan el presidio político, la persecución, la violación flagrante de sus derechos.

Esta será la imagen que perdurará de Hugo Chávez, finalmente un pobre tipo a quien el poder no hizo sino poner una lupa en sus rasgos hasta mostrarlo en toda su mediocridad, avidez de dinero, lujos y privilegios; y, todavía peor, en su desprecio a la democracia, los derechos humanos, el respeto al otro.

Cuando todo esto haya pasado se recordará a Chávez como un devorador de dinero, cómo no, pero sobre todo, como la apuesta fallida de un pueblo ingenuo que vio a su supuesto redentor convertido en su verdugo.


Milagros Socorro - El Nacional