martes, 8 de septiembre de 2009

Rafael del Naranco: Stone hipnotizado




Paul Jonson afirmaba que los intelectuales "son tan irrazonables, ilógicos y supersticiosos como cualquier otra persona", y destacaba una característica: la mentira, la avaricia y la deshonestidad en cuestiones de notoriedad y dinero.

Que un ser humano relumbre en alguna destreza atrayente, no le priva de ser anodino en otras. En infinidad de ocasiones un don especial no es garantía de ecuanimidad: al contrario, algunos de los que poseen esos atributos, se ven absorbidos de tal manera ante la luminosidad de una avidez impúdica, que se convierten de inmediato en serviles de la adulancia a cuenta de la voracidad por obtener prebendas.

Oliver Stone, conspicuo director de cine, no se escapa de ese imán apetitoso hincado en el halago mundano. Quizá sea un genio en los vericuetos del celuloide, y aún así nada garantiza que pueda discernir entre un estadista de principios y un político tercermundista haciendo uso del populismo y de las riquezas petroleras que tutela como propias en su país caribeño.

Uno no sabe si asombrarse más ante el show montado por Stone para promocionar un cita encomiástica en la que el Comandante es el héroe de la película, o por la falta de coherencia de Presidente.

Acudir a la ciudad de la Mostra - tras un recorrido de cinco mil kilómetros en una aeronave de "Cubana de Aviación" - en la que Thomas Mann desnudó sus propios deseos lascivos en la playa Lido, cuando el demacrado profesor Aachenbach, observa con fogosidad inflamada la última visión atormentada del sexual joven Tadzio, es la demostración de un ego superlativo a un costo astronómico.

Los italianos, expertos en adefesios surrealistas de la mano de Federico Fellini en "Amarcord", aplaudieron en la ciudad de los Vénetos al protagonista de "Al sur de la frontera", con el desparpajo de una parodia extensiva de sus francachelas carnavalescas, mientras una Colombina se carcajeaba del poder marchito.

Cuando el director de "JFK" y "Platoon" negaba que la libertad de expresión estuviera en peligro en Venezuela, ya que Chávez permite a los medios lanzar epítetos duros contra su persona, en Caracas el ministro Diosdado Cabello anunciaba el cierre de otras 29 emisoras de radio y la apertura de un proceso administrativo sancionatorio contra Globovisión por emitir mensajes de texto enviados por los telespectadores, guardando, eso sí, sepulcral silencio sobre los 48 asesinatos este fin de semana en la Zona Metropolita.

El señor Stone, apasionado del turismo de aventura, debería instalarse unos meses en Caracas sin protección cubana, oyendo "Alo, Presidente". Si lo hiciera, se daría cuenta de que su película es pura ciencia ficción, y en lugar de haberla presentado en el festival fundado por el fascismo italiano, debiera haberlo hecho en el de Sundance, ante expertos de los submundos del más allá.

Con todo, lo espeluznante sería que Oliver terminará convertido en otro Ignacio Ramonet de la revolución. Es más, ser Stone, y tonto.