viernes, 18 de septiembre de 2009

¿Chaplin irrespetó a Hitler…?





En 1938 la mayoría de las naciones del mundo y muchas personalidades de la política, los negocios y la farándula, o admiraban entusiasmadamente al Canciller del tercer Reich o permanecían negligentemente indiferentes ante sus graduales avances de naturaleza militar expansionista, y de genocidio discriminatorio hacia las minorías seleccionadas por la “raza superior” como chivo expiatorio de la grave crisis por la que atravesaba Alemania.


Charles Chaplin, nacido en Inglaterra pero con el grueso de su genial labor en el cine mudo estadounidense, destacaba con sus producciones humorísticas con trasfondo de irreverente denuncia social, ya tenía enorme fama y fortuna en 1938, y en lugar de dormirse en sus laureles y mantenerse en la tranquilidad y seguridad proporcionadas por las andanzas de su icónico personaje Charlot, optó por arriesgarse y proyectar a toda la humanidad su desconfianza y temores respecto de aquel Fuhrer a quien tantos admiraban y -como el mediocre Canciller de la Gran Bretaña, Chamberlain- permitían sus graduales abusos, esperando que tales desahogos nunca se dirigieran a sus respectivos países, egoísmo suicida.

No estaba Chaplin ganado para el protocolo hipócrita ni la conveniencia de las finanzas. Contra viento y marea se dedicó a escribir y dirigir su primer film hablado, en el cual interpreta dos personajes contrastantes, un humilde barbero judío y su socías, Adenoid Hinkel, el cruel dictador de una república ficticia. La película también refleja a otros primordiales protagonistas de aquella nefasta era, en la que el nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano y las ínfulas imperiales de un Japón estancado en el pasado, se unieron para desatar una conflagración con miras a someter al mundo entero. Mussolini, Goering, Goebbels, forman parte de la espectacular sátira que mostraba las desnudeces del proyecto hegemónico criminal, que causaría muerte y destrucción sobre medio planeta, mucho antes de que las mayorías abrieran los ojos y decidieran al fin enfrentar la prepotencia militar que pretendía imponer el pensamiento y partido únicos, así como el sometimiento incondicional y acrítico al líder supremo.

Apenas se estrenó el film El Gran Dictador en 1940, llovieron las críticas, que en especial exigían respeto hacia aquellos jefes de Estado caricaturizados por Chaplin. Fue prohibido en muchos países (en España pudieron verlo en 1976, luego de la muerte del dictador Franco, a quien la aviación nazi dio una gran ayuda al masacrar Guernica, el pueblo eternizado por Picasso en un gigantesco lienzo que plasma el horror de aquel cobarde ataque, un imborrable crimen para beneficio de los dictadores asociados).

Hace pocas semanas fue prohibida en Colombia la presentación de una obra de Teatro que incluía una crítica al protodictador de Venezuela Hugo Chávez, basada esa medida -que a todas luces coarta la Libertad de Expresión de realizadores y público- en la inconveniencia política, por tratarse de un jefe de estado en ejercicio. El protocolo, una vez más, desplaza la denuncia responsable y temprana, ocultando a conglomerados importantes las verdades sobre la construcción de un proyecto totalitario, retrasando la salida de esta peligrosa situación.

Ya hemos tenido en Venezuela gobiernos despóticos a partir de ocasionales y falsos mesías con poder militar. El siglo 19 estuvo plagado de estos sátrapas demagogos que se aprovechaban de la ignorancia y necesidades de las masas para imponer al país su ególatra e interesada visión. En el siglo 20 Venezuela hubo de sufrir las dictaduras militares del dúo Castro-Gómez, desde 1899 hasta diciembre del 35, y del dúo Delgado-Pérez Jiménez desde noviembre del 48 hasta enero del 58. El común denominador de todos esos despotismos militarizados era el uso y abuso del culto a Bolívar, y el populismo reforzado con represión, dosificada según la intensidad del rechazo al régimen. Esos dos factores se repiten bajo el título de “Socialismo del siglo 21″ que maquilla sus muchas contradicciones, la mayor de ellas su dependencia del estalinismo cubano, con el muy generoso reparto de la petrochequera, que reune en un bizarro “melting pot” a figuras del totalitarismo tradicional (los Castro, Lukashenko, Ghadaffi, Bashar al-Assad, Mugabe, etc), medias tintas guabinosos como Putín, Correa, los Kirshner, títeres como Evo y Zelaya, inmorales como Ortega y Lugo, hasta los auténticos socialistas modernos, que funcionan dentro del marco de la democracia, (Lula, Bachelet, Tabaré, Rodríguez Zapatero) pero son tolerantes o permisivos con los excesos y abusos que en contra del estamento legal y la oposición comete a diario el que controla todos los poderes en este vergonzoso régimen, para seguir negociando con Venezuela y mantener también las simpatías del talibanismo latinoamericano y mundial.

Tuvo que ocurrir el cobarde ataque a Pearl Harbor en diciembre del 41 para que los EEUU participaran en la segunda guerra mundial enfrentados al Eje que lideraba el sociópata austríaco que fue cabo en la primera. Tuvo que ocurrir la sistemática invasión de Polonia, Holanda, Francia, para que en la Gran Bretaña y otros países de Europa pudieran superar el síndrome Chamberlain y reconocieran que el nazi-fascismo no tenía fronteras y todos ellos estaban en la nómina de víctimas por sometimiento, mediante la fuerza bruta de aquella tormenta hitleriana “pacífica pero armada”.

¿ Qué será lo que debe ocurrir en Venezuela para que abran los ojos quienes aun sienten simpatías por el teniente coronel, basados en su demagógico discurso redentor de los pobres.? ¿ De qué magnitud han de ser los crímenes, para que cese la solidaridad automática y emocional hacia un régimen militar que viola la Constitución, irrespeta y despoja las Alcaldías y Gobernaciones ocupadas por opositores electos por mayoría, criminaliza cualquier expresión disidente, expropia bienes y cierra medios arbitrariamente, impone leyes absolutamente sectarias en su elaboración y contenido, mantiene alianzas con los regímenes más dictatoriales del planeta, respalda a los terroristas de las FARC, la ETA, Hezbollah, y se rige por un conjunto de ideas totalmente anacrónicas y fracasadas, que pretende sean el único esquema de pensamiento y acción de la sociedad venezolana..?

La distancia entre Charles Chaplin y Oliver Stone es abismal (y que me perdone Chaplin el haberlo asociado con este lamentable mercenario, émulo de Leni Riefenstahl, la cineasta que puso su talento al servicio del racismo, el genocidio y la destrucción).-

*Lo de Juanes, colaborando con el Circo que conviene a la Nomenklatura de la Habana, está más cerca del “diente roto” que de la complicidad activa. Pero es también reprochable. Jesse Owens no fue a Munich en 1936 a dar un show para complacencia de los jerarcas del nazismo, fue como negro, a vencer a los atletas blancos y dejar en ridículo a Hitler y su empeño en la superioridad aria.

Edgard J. González
Septiembre 18, 2009