sábado, 3 de abril de 2010

Putin en Caracas




Vladimir Vladimirovich Putin, el mandamás de la Federación Rusa, visita por primera vez Venezuela. Durante los ocho años que fue Presidente no aceptó venir a pesar de que Caracas intentó, sin éxito, condicionar compras bélicas y convenios económicos a la muy demandada visita. La profesional cancillería rusa y el inescrutable Kremlin buscaron las fórmulas, es decir la excusas de rigor, para explicar el porqué era imposible concretar una visita de reciprocidad a las inusualmente frecuentes paradas en Moscú del presidente Chávez.

Aparte de sorpresiva, esta visita es particular. No es usual que un líder ruso salga solo por un día a un viaje lejano que no tiene ninguna otra escala o propósito. Esto contrasta con la disciplina de un servicio exterior ponderado. De por sí, esto indica que este viaje no es iniciativa de quienes rigen la política exterior sino de aquellos que en el gobierno y en el sector privado ruso ojean a Venezuela como suerte de botín.

No es secreto que los rusos, al igual que otros, están sumamente frustrados por lo complicado que resulta hacer realidad las cartas de intención y otros papelitos que tanto le gusta firmar al Teniente Coronel cuando viaja al exterior. Para un país con tradición autoritaria es inexplicable que las palabras y la firma de un autócrata, por más caribeño que sea, no valgan para materializar promesas y obligaciones contractuales.

No obstante, los cuantiosos recursos de la muy bien ubicada Venezuela justifican cierta tolerancia. La posibilidad de conseguir términos y condiciones irrepetibles de un gobierno que busca salvavidas aconseja obviar, por ahora, la falta de palabra y las otras carencias de los bolivarianos.

Los viajes de Hugo Chávez a Rusia, muchos de ellos auto invitaciones, darían para varios tomos de qué no hacer cuando se viaja fuera de casa. Como muestra, en un viaje uno de los aviones de la comitiva estuvo a punto de ser derribado por un caza ruso por haber penetrado el espacio aéreo del país sin permiso alguno. En ese mismo viaje los espalderos del presidente de Venezuela pisotearon, literalmente, a la jefa de protocolo de la cancillería rusa en su afán de proteger a mandatario quien era recibido con alfombra roja y guardia de honor en una fortificada base aérea. Las respectivas notas de protesta por estos incidentes resultaron en una tercera al no ser respondidas las primeras comunicaciones.

Tanta falta de seriedad, y el repetido incumplimiento de lo acordado, casi extingue la relación del teniente coronel Chávez con el teniente coronel – y ex jefe de la KGB – Vladimir Putin. Su sucesor en la presidencia, el joven abogado Dmitry Medvedev, no escondía la poca simpatía que le generaba su par venezolano. La visita a Moscú en junio del 2008 no fue más afortunada que las anteriores y los rusos se plantaron firmes al exigir la firma de un acuerdo de cooperación militar que le dada a Rusia mayor posibilidad de auditar el destino del armamento vendido a Venezuela. Información contendida en las laptops del número dos de las FARC, Raúl Reyes, daban cuenta del ofrecimiento de cierto jerarca militar venezolano de proveer a la guerrilla con material bélico de origen ruso. Chávez, quizá temiendo la reacción dentro de las Fuerzas Armadas a la firma de un acuerdo que le daba a un poder extranjero acceso casi ilimitado a todas las guarniciones del país, se negó a firmar y llevo la relación a su punto más bajo. A las pocas semanas ocurrió la equívoca guerra en Georgia y Rusia se encontró de repente totalmente aislada en el mundo. Chávez aprovechó la oportunidad para brindar apoyo, firmar el problemático acuerdo militar sin fanfarria, reconocer a los dos territorios en disputa, y obtener a cambio crédito para seguir comprando material bélico totalmente innecesario.

A partir de ese momento, necesitándose ambos, se abrieron finalmente las compuertas para el negocio más anhelado por los rusos que era el petrolero. Bajo la dirección del viceprimer ministro Igor Sechin, presidente a su vez de la junta directiva de la estatal Rosneft, se crea el Consorcio Nacional Petrolero para arropar a todas las empresas rusas, estatales y privadas, interesadas en obtener contratos con Pdvsa. Bajo esta figura aspiran los rusos a que los contratos que firman con el alicaído régimen bolivariano sean tratados como contratos entre estados y no entre gobiernos y mucho menos entre meras empresas. Esta aspiración revela el temor que tienen los rusos que un futuro gobierno haga con ellos lo que su hoy contraparte hizo con todos los contratos firmados durante la Apertura entre Pdvsa y casi 70 empresas extranjeras. Después de mucho trámite se ha firmado un inusual contrato sin licitación y con plazo de 40 años para el desarrollo conjunto del bloque Junín 6. Se habla de una inversión de 20 mil millones de dólares para llevar la producción a 450.000 barriles por día sin que se identifique la forma en la cual la muy arruinada Pdvsa financiará su 60% del capital y de la deuda.

La cortísima visita de Putin se centra en la revisión de ese mega “negocio” y de decenas de otros acuerdos, convenios y contratos que corren el riesgo de morir de inacción sin un empuje categórico. Putin viene a torcer brazos y dejar claro que no serán burlados. Pero nada garantiza que con mano firme se revierte el ciclo de incompetencia y corrupción que paraliza todo en la Venezuela socialista. Y por otro lado, si para las cámaras hay muchas sonrisas y abrazos, corren el riesgo de politizar aun más estos convenios que aspiran sobrevivan la era chavista. Con esta visita apresurada Putin hace una apuesta riesgosa en Viernes Santo, sin garantía alguna de que su socio tenga otro domingo de resurrección.
Pedro Mario Burelli
El Universal



Putin llegó a Caracas desesperado por “raspar la olla”

No lo pudo decir mejor, Fyodor Lukianov, editor del “Russia in Global Affairs”, quien al referirse el jueves a la visita que haría este fin de semana el premier ruso, Vladimir Putin, a Caracas, escribió: “Putin llega a Caracas a cerrar todos los negocios que pueda. Sabe que Chávez no es el mismo de antes, pero que aun le queda plata”


O sea que, hablando en criollo, llegó desesperado por “raspar la olla” y dispuesto a vender, desde recogedoras de nieve para Maracaibo, hasta osos polares y tigres siberianos para la Sierra Nevada de Mérida, pasando por estaciones en el espacio y centrales nucleares.

¿Y quién duda que lo podría lograr si, al grado de aislamiento actual de Chávez, se agrega el triunfo de Juan Manuel Santos en las elecciones presidenciales de Colombia en mayo próximo, Washington e Itamarati logran un acuerdo para la instalación de una base militar conjunta en Río, y la visita a Quito este domingo del subsecretario de Estado Adjunto para América Latina, Arturo Valenzuela, concluye en una reunión Obama-Correa?

Pero eso sería en meses, quizá en un año, y lo que Chávez tiene en perspectiva -para mediados de mayo para ser más precisos-, es la agudización de la crisis actual de energía que alcanzaría a colapsar el 70 por ciento del suministro eléctrico del país, con sus apocalípticas consecuencias sobre el aparato productivo, los servicios y la aspiración de las ya muy golpeadas mayorías venezolanas a continuar viviendo de acuerdo a las pautas de la civilización del siglo XXI.

De modo que, lo que le sobra a Chávez en el futuro inmediato- y ya es parte del presente-, son protestas y manifestaciones de todos los pelajes y calibres, denuncias y acusaciones por sus constantes y maníacas violaciones de los derechos humanos, choques con sus cuerpos policiales y parapoliciales y el crecimiento de un turbión político y democrático con la carga necesaria para derrotarlo en las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre próximo.

Y frente a ello (el Pequeño Libro Rojo de los Castro Brothers dixit) nada más indicado que meter miedo, que asustar a nacionales y extranjeros, entre otras argucias, apareciendo al lado y retratándose con un poderoso, o que alguna vez fue poderoso, y por rutina o reflejos condicionados tiende a tomarse como tal, y no solo porque lo aparenta, sino porque él mismo está en la raya entre el bien y el mal, lo legal y lo ilegal, lo democrático y lo dictatorial, y no tiene empacho en reunirse con otros ilegales o semilegales, de esos que son candidatos fuertes a estar el día menos pensado en la lista de los llamados “forajidos”.

En otras palabras: que no es solo porque vende aviones, submarinos, helicópteros, radares y tanques que, aunque se dice en los medios especializados son más bien piezas de museo que de guerra, no dejan de impresionar, sino porque él mismo necesita de “amistades peligrosas”, por lo que esta Putin en Caracas, decidido a licitar cara la foto, pero sin complejos ni remilgos y presto a declarar: “Ok, si, es mi amigo, mi hermano y digo y hago lo que me pida, porque entre bomberos no nos pisamos la manguera”.

Vladimir Vladimirovich Putin: un vendedor de carros usados nacido en Leningrado (hoy San Petersburgo) en octubre del 52 (2 años antes que Chávez), en plena Guerra Fría, graduado de abogado en la misma ciudad en el 75 creo, con 16 años de formación en la KGB, alumno de neoliberales postsoviéticos como Anatoli Sobcack y Anatoli Chubais (padre de las privatizaciones rusas), heredero de Boris Yeltsin y que ha inventado una fórmula para ser dictador vitalicio de Todas las Rusias sin ser notado, y no del todo rechazado, como es desatar en lo interno un capitalismo salvaje, feroz y abiertamente mafioso, y en lo externo una política de apoyo y relaciones calientes con dictadores o semi dictadores de toda laya, sean de izquierda o derecha, socialistas o capitalistas, musulmanes o cristianos, viejos o nuevos.

De ahí que, personajes como Alexander Lukashenko de Bielorrusia, Mahmoud Ahmadinejad de Irán, Raúl Castro de Cuba, Omar al Bashir de Sudán, Evo Morales de Bolivia, Teodoro Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial, Hugo Chávez de Venezuela, Robert Mugabe de Zimbawue, y Kim Jong-il de Corea de Norte, entre otros, participan en un festín donde Putin pone la mesa, los manteles, el borsch, el caviar, la vodka y los invitados los reales.

Fundamento de una alianza, de una amistad, de una lealtad que no es solo para la compra de equipos pesados (aviones, helicópteros, carros de asalto, tanques y tanquetas) con los cuales los dictadores o pichones de dictadores, los hombres fuertes y violentos, suelen retratarse en desfiles, en zafarrancho de combate, o uniformes de gala tipo Segundo Imperio, sino, igualmente, para la adquisición de equipos livianos, de esos que en lotes de pistolas y bombas lacrimógenas, de ballenas y lanzallamas, de patrullas y perseguidoras llegan de manera subrepticia y fuera de los protocolos, y son ideales, no para las guerras externas sino las internas, no para controlar países sino a partidos, grupos y personalidades de oposición que no se rinden e insisten en luchar y derrotar a los caudillos totalitarios y al margen de la ley.

Pero no se trata solo de este aspecto visible y detectable de la represión, sino, también, del invisible, del que se traduce en la dotación y suministro de equipos sofisticados como pueden ser plataformas para el pinchaje y control de teléfonos, programas para intervenir computadoras, chips para hackear correos, o virus para vigilar la Internet.

Y para ello ¿quién más apropiado que un presidente que se formó en la KGB, que conoce como controlar y aun direccionar las oposiciones internas, y, lo que es más importante, evadirlas y sobrevivir a ellas a extremos de convertirse después en su jefe?.

Un señor capitalista que vende, tanto equipos de guerras, como de represión, y que, tiene tan contentos a sus clientes que algunos no se amilanan en llamarlo “hermano” y decir es “mi aliado estratégico”, porque y que les recuerda a Genry Yagoda, Nikolai Yezhov, Laurenti Beria, Yuri Andropov y Vladimir Kryuchkov.

Pero más allá de hipótesis y especulaciones históricas y políticas, lo cierto es que Putin se va de Caracas con las manos llenas, y no solo de promesas y cartas de intención, sino de contratos efectivos y líquidos, como pueden ser la compra por parte de Chávez de 50 aviones An 148 y D-200, 2500 automóviles Lada de fabricación rusa, de una termoeléctrica, y de acuerdos de cooperación que ya existían en el área energética, agrícola, científica y cultural.

En cuando a Putin, se mostró interesado en una oferta de Chávez para venderle café a Rusia, aunque le aclaró que ya el estado ruso no compra café, que es importado, distribuido y vendido por empresas privadas, y que antes habría que hacer un gran esfuerzo publicitario para cambiar los hábitos de consumo nacionales que son muy favorable al te.

En todo caso, todo dentro de lo normal, que si bien permite decir que Putin no perdió el viaje, tampoco fue que se llevó un adelanto del Dorado.

Y, a tono con ello, en el centro o nervio de la cuestión, la razón primordial por la estaba de visita en Caracas, como fue presentar a Chávez como nuevo miembro del exclusivo Club Nuclear, presto a compartir sitial con Ahmadinejad y Kim Jong Il, más bien anuncios nebulosos y absolutamente evadibles, aplazables, retardables, postergables de una presunta colaboración conjunta para construir una planta de energía nuclear y una estación en el espacio.

Y es que se trata de gastos inmensos y Putin sabe que, con precios moderados de petróleo, y las inversiones que tiene que hacer el bolivariano para recuperar el sistema eléctrico venezolano, no se puede aspirar a mucho.

De modo que, de la tan anunciada visita del heredero del Zar de Todas las Rusias y del Padrecito Stalin, a su aliado y hermano, el Rey del Petróleo caribeño, puede decirse que, si bien no tuvo tantas penas, tampoco tuvo tantas glorias y que quien sabe si ofrece ocasión para que Fyodor Lukianov escriba otro de sus acostumbrados comentarios zumbones:

“No pudo Putin raspar la olla venezolana, pero es que en Venezuela ya casi no quedan ollas, y las que quedan son para cacerolear a Chávez”.

Manuel Malaver