sábado, 17 de abril de 2010

Culto a la capucha


Los primeros modelos de capuchas sin duda fueros las máscaras, utilizadas en ritos paganos, el teatro griego y festividades carnestolendas. Con el paso de los años era fácil reconocer al villano en un western porque a manera de capucha, con un pañuelo, tapaba su rostro para cometer sus fechorías.

Pasando por alto a caperucita, al Fantasma de la Ópera y al mismo Llanero Solitario –los cuales tenían sus razones obvias- , las motivaciones que imperan para ocultarse el rostro tras una capucha, van desde la inseguridad en los ideales propios, pasando por el sentido fetichista de poder, hasta las más inconfesables intenciones.

Razones tenían el Ku Klux Klan, ETA, Al quaeda, los militares torturadores de todo el planeta que encapuchan a sus víctimas, los que asaltan y colocan bombas en la UCV, y razones tiene el régimen, para seguir encapuchando a sus seguidores, los cuales sin ella son solo un disfraz revolucionario.

¿Por qué temen a unas rejas que protegerá a la casa que vence las sombras? ¿Será que acaso temen que después de cometer sus tropelías, se queden atrapados dentro y se les caiga la capucha? Han llegado hasta el colmo de encapuchar a Simón Bolívar, como imagen a seguir por las llamadas Guerrillas Comunicacionales, ¿sabrán a tiempo esos niños y jóvenes que la capucha no puede ocultar la miseria del alma?

No lo sé pero aquí está pasando lo que al personaje que creó Allan More, hacia 1951, llamado El Hombre de la Capucha Roja, le sucedió. Lo descubrieron, y todo le salió mal convirtiéndose en el famoso Wason, psicópata que se ríe de sus felonías, tras su cara desfigurada, o como quieran de su capucha o de su disfraz. Allí está, riéndose a cada momento de todos nosotros.

Qué pena, si los creadores de los comics hubiesen imaginado para qué se usan hoy en día las capuchas, sus héroes jamás las hubieran usado.
ALEJANDRO ARISMENDI