viernes, 29 de enero de 2010
La robolución se pudre, mata y... no volverán
No volver al pasado fue una afirmación en negativo que se volvió estrategia, cual cliché tipo pasaporte para quienes aspiraban adquirir brillantez de plata inmediata y refulgencias doradas en el porvenir. Pero el porvenir llegó y se fue el agua, la luz y otras bondades hechas en Venezuela que, extrañamente, no han vuelto. Sí volvieron los ladrones militaristas con focas amaestradas para chapotear en plata y todo el oro que puedan birlar. Y hoy se añora a la democracia que ha de volver porque no la supimos valorar, corregir e incrementar a tiempo, y porque fue una maravilla ante el charco pútrido que hoy nos acogota aspirando a poner nuevamente bayonetas sobre Venezuela. El sofisma ha caído por su propio peso. Un peso que anda matando por las calles para refocilarse en el latrocinio. Han vuelto los secuaces del oscurantismo.
El chavismo utilizó el no volverán como estribillo de fe para su trácala sistemática, integrando la totalidad anterior como calamitosa justificación y escondite de su inmensamente superior depravación. Anhelando acapararlo todo utilizaron las palabritas como herramienta de link instantáneo para el dominio del futuro; el mínimo esfuerzo explicatorio obviaba intromisiones inconvenientes en su escasez originaria. Otros las utilizaron menos creyendo en el paso de los agachados o en la trascendencia del avestruz: pendientes de sus colegas rojitos en las minas de oro y plata del cuánto hay pa’eso. Hoy el deseo de que vuelvan el agua y la luz, entre tantas otras seguridades, hacen que el cliché (estúpido ante Artistóteles que siempre vuelve) sea la más apropiada vestimenta para el rojo rojito chavista; especialmente porque el caos en que vivimos no es ni de vainita mejor que las múltiples evidencias del pasado.
Antes que el retorno de Aristóteles, con Chávez hemos visto el regreso de Barrabás. Alguien que sólo saca la cabeza del hueco del avestruz para ordenar matanzas, concientemente ajeno a que el daño causado al patrimonio público por el chavismo en sus primeros 5 años ascendió en 3.075 por ciento; hoy esta es una caja negra perdida donde también se esconde una corrupción administrativa incrementada al 83 por ciento, cuando en los 10 años de Caldera y CAP esta calamidad no llegó a más del 16 por ciento. ¡Santa María de Ipire: hay que ver lo horrible que puede ser el regreso de Aristóteles!
Estamos todos de acuerdo en que lo recriminable del pasado merece todas las piras y descargas que se quieran hacer (y que se hagan), incluyendo lo pertinente a la montaña de falsedades presentes que se manipulan con suma insubstancialidad y a conveniencias diversificadas, pero que sea dentro de sus limitadas talanqueras de degradación, porque a la diabla –como se ha venido haciendo- se daña integral e injustamente a todo el sistema democrático, más que a los verdaderos indignos y repugnantes protagonistas “de antes y de ahora”, quienes merecen los más calientes efluvios del averno (y que se les dé). Cojamos aire, señores, y volvamos al sano equilibrio de la coherencia.
En el pasado democrático jamás se robó las instituciones como se las están robando ahora; ya reventaron hasta las puertas del Banco Central de Venezuela y PDVSA. Aquellas Contralorías sacaban anualmente a la luz pública, una por una, la cancerígena metástasis corruptiva. Aquí se podía acusar y hacer renunciar a un Presidente (¿o no, señora fiscala bataclana?). Las fallas grandes e incuestionables no se tapaban con un dedo sabanetero porque la libertad no acorralada tan álgidamente habilitaba condiciones de justicia sin obligatoriedad de sumisión(aunque siempre faltaban castigos); muy diferentes al Estado de Sitio cubano hoy glorificado antivenezolanamente (¿o no, señores de la Asamblea,de los Tribunales y de la milicia?) Ergo: el presente no puede estar constituido en su totalidad sólo por los ejemplares más despreciables y los aspectos más degradantes que degeneraron el pasado. ¿O sí?
Plastas hemos tenido siempre, pero ahora: ¡cómo! ¡y con cuánta abundancia! Si nuestra democracia no era todo lo amplia que debe ser, sobre todo respecto a una óptima justicia y división de los poderes, tampoco llegó a éste descaro donde ningún poder vigila al otro, sino que se encubren cual cómplices del delito, llegando hasta el colmo de una borrachera inadmisible y de total inmoralidad, donde el Ejecutivo tiene bajo sus patas al Ministerio Público, a la Contraloría General, a la Defensoría del Pueblo, a la Asamblea Nacional, al Consejo Nacional Electoral y al Tribunal Supremo de Justicia, para mencionar solo algunos.
Es del pasado que nos llega el recuerdo de que una democracia es más que hablar pendejadas, votar y decidir quién gobierna y cómo. Ahí lo más importante es la realización de los derechos fundamentales del ser humano. El sistema democrático no subsiste con la falta de independencia judicial porque significa inseguridad jurídica para la ciudadanía. Las tribus del pasado se expusieron en su innobleza, pero ahora las del presente pretenden coronarse con un ad infinitum de cerrazón de futuro. Ya a principios de 2003 se suspendieron los concursos para nombrar jueces y el dedote está reinando con quien le dé la gana. ¿Qué tipo de ahogue es éste, camaradas capados y capadas?
Tampoco hay deslinde coherente en cuanto a la inseguridad social. Se va superando el 80% de pobreza, haciéndonos un país de marginales. Fue en el pasado cuando era menor, cuando se luchaba contra ella mejor (claro que tampoco óptimamente). Pero no fue entonces cuando la inseguridad ciudadana se promovió como estrategia oficialista, elevando la indolencia y la delincuencia como caldo de cultivo de la pobreza y haciendo de fiscales, defensores y contralores un haber de jalabolas, donde el Ministro de Defensa es una defensa de misterios. No hay juicio y no pasa nada porque los poderes están secuestrados, querido Watson (¿o será querido Frankestein la cosa?).
De cómo los “buenos revolucionarios” pasaron a ser emplastes de un amor con conuco de techo gallinero, podría ser una buena historia sobre malos aterrizajes. Se perdió el hombre entre las gavetas hidrocómicas donde guarda docenas y docenas de hechos que constituyen una pútrida corrupción, cultivos entre los cuales tortuguean billones de dólares como terrorífico nubarrón antediluviano, navegando en una estela que pica y se extiende hasta cumbres jamás vistas. ¿Por cuánto menos pudo el pasado meterse entre las sábanas de otros Presidentes?
En algún lugar de esta tragicomedia del presente debe haber un cartel superviviente del pasado donde una Ley Anticorrupción decía: “Los fiscales o representantes del Ministerio Público que dolosamente no interpongan los recursos legales, no ejerza las acciones penales o civiles, o no promuevan las diligencias conducentes al esclarecimiento de la verdad, a la rectitud de los procedimientos, al cumplimiento de los lapsos procesales y de la debida protección al procesado, serán penados con prisión de dos a cuatro años”.
En fin, la cosa es simple:: es imposible volver al pasado porque no existen las máquinas del tiempo. Y en cuanto a volver al futuro: habrá que limpiar con palas la basura con que este régimen ha glorificado la podredumbre de los peores malandros del pasado. No volverán...
-Alberto Rodríguez Barrera-