miércoles, 3 de febrero de 2010

Ca Chi Chién




“Ningún poder sobre la Tierra derrumbará al Reich porque sigo el camino fijado por la Divina Providencia. El Reich durará mil años”.Adolf Hitler, 1943, dos años antes de la caída del III Reich.

Cien años menos que el Tercer Reich de Hitler estima Hugo Chávez que durará su revolución: nada menos que 900 años. Ca Chi Chién, Ca Chi Chién, como dicen los chinos del cable. Na’guará, como dice todo el país que escucha con asombro al Presidente hacer este cálculo preliminar, en sus monodisertaciones en cadena: “Tengo 55 años, 11 años de presidente. Los próximos 11 años, si Dios lo quiere así, yo prometo cuidarme un poco más, y si ustedes lo quieren, 11 años. Dentro de 11 años yo tendré 66 y tendré 22 de presidente. Si dios lo quiere y ustedes lo quieren así (…) Los 11 años que vienen no quiero ni pensar, porque serían 77 y 33 (de presidente)”.


Yo creo en la historia, creo que se repite como un péndulo imparable, creo que ciertos personajes se levantan de siglo en siglo para continuar la lucha eterna entre el bien y el mal y creo que los pueblos han demostrado que aunque sea tardíamente, siempre escogen el camino que más les conviene y lo cambian cuando no les gusta. El caso Hitler es una gran lección para todos los planetarios que quieren someter a sus pueblos y eternizarse en el poder.

Adolf Hitler era un humilde muchacho austríaco, autodidacta y campesino, que fracasó como pintor. Vio crecer sus prejuicios racistas en Viena, cuya vitalidad intelectual y multicultural le era por completo incomprensible. En 1913 Adolf Hitler huyó del Imperio Austro-Húngaro para no prestar servicio militar; se refugió en Múnich y se enroló en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. La derrota le hizo pasar a la política, enarbolando un ideario de reacción nacionalista, llamando traidores a los demócratas de la república. Fundó un partido que se declaraba nacionalista, antisemita, anticomunista, antisocialista, antiliberal, antidemócrata, antipacifista y anticapitalista. Muchos “anti” juntos en este pasticho ideológico.

En 1923 fracasó en un primer intento de tomar el poder desde Múnich, apoyándose en milicias armadas. Fue detenido, juzgado y encarcelado, aunque tan sólo pasó en la cárcel un año y medio, tiempo que aprovechó para plasmar sus estrafalarias ideas políticas en un libro titulado Mi lucha. En esa época recluta a colaboradores fieles como Goering, Himmler y Goebbels. La profunda crisis económica y las dificultades políticas de la República de Weimar le proporcionaron seguidores entre desempleados y descontentos dispuestos a escuchar su propaganda demagógica, envuelta en una parafernalia de desfiles, banderas, himnos y uniformes. Combinando hábilmente la lucha política legal con el uso ilegítimo de la violencia en las calles, los nacionalsocialistas o nazis fueron ganando peso electoral hasta que Hitler -que nunca había obtenido mayoría- se hizo confiar el gobierno por el presidente Hindenburg en 1933. Desde la Cancillería, Hitler destruyó el régimen constitucional y lo sustituyó por una dictadura de partido único basada en su poder personal. El Tercer Reich fue un régimen totalitario y racista.

Hitler se hizo nombrar Föhrer o ´caudilloª de Alemania y obligaba a jurarle lealtad al ejército y a todos los ciudadanos. La sangrienta represión contra los disidentes culminó en la purga de las propias filas nazis durante la ´Noche de los Cuchillos Largosª y la instauración de un control policial total de la sociedad, mientras que la persecución contra los judíos culminó con su exterminio sistemático. La política internacional de Hitler fue la clave de su prometida reconstitución de Alemania, basada en desviar la atención de los conflictos internos hacia una acción exterior agresiva. Se alineó con la dictadura fascista italiana, con la dictadura española de Franco y completó sus alianzas con la incorporación del Japón en una alianza antisoviética, para formar un eje de poder. Se retiró de la Sociedad de Naciones, rechazando sus métodos de arbitraje pacífico y se dedicó a invadir todos los países europeos vecinos. Tras engañar a la diplomacia occidental prometiendo no tener más ambiciones, ocupó Checoslovaquia y Lituania.

Pese a que nunca había estado en el extranjero ni hablaba ningún idioma, Hitler consideró siempre la política exterior como algo de su exclusiva competencia. Su desconfianza llevó a que prescindiera progresivamente de los servicios de los diplomáticos profesionales alemanes. Cuando Francia y Gran Bretaña reaccionaron y estalló la Segunda Guerra Mundial, Hitler se hallaba en el tope de sus ambiciones y delirios. Adorado por las masas, endiosado por sus seguidores, creía que lograría la hegemonía mundial bajo su bota. Solía compararse con Jesucristo y sus discursos eran de un mesianismo delirante: “Soy titular del mandato de la Providencia”. A medida que se perpetuaba en el poder su comportamiento era cada vez más paranoico. Sus colaboradores lo comentaban en voz baja pero seguían alabándolo porque le temían. Un grupo de militares intentó un atentado, Hitler se salvó de milagro. Esto lo hizo más desquiciado, veía enemigos en todas partes y comenzó a tomar decisiones catastróficas, como intentar invadir Rusia. Derrotados todos sus proyectos, Hitler vio cómo empezaban a abandonarle sus colaboradores. Incapaz de aceptar la derrota, sin humildad para rendirse, cargando sobre sus hombros un genocidio, una guerra mundial y la destrucción de su país, optó por la salida cobarde: se suicidó en el búnker de la Cancillería de Berlín.

Pese al inmenso poder que amasó, Hitler y su Tercer Reich duraron 12 años. Bien distante de los mil años ansiados. Ahora éste quiere ocupar 900 años de nuestra historia. Mejor reímos (sin perder de vista los objetivos de reconquista democrática) y dejamos que el régimen siga cada vez más solo, obsesionado bailando al son de su Ca Chi Chién, sin ver como el país se desmorona a su alrededor.


Charito Rojas
Notitarde / ND
Febrero 3, 2010