lunes, 11 de enero de 2010
El viernes negro de Chávez
Aunque antes de esta maxidevaluación , los venezolanos conocieron por lo menos 3 devaluaciones severas, a mi solo se me ocurre compararla con la de Luís Herrera, con aquella de finales de febrero de 1983 que fue etiquetada con justicia como “Viernes Negro” y que, entre otras maldades, trajo la de introducirnos sin regreso por el infierno de la pobreza inapelable, continua y creciente.
O sea, que fue fundacional, precursora y concluyente, en el sentido de establecer que mientras el modelo económico siguiera la línea del primer Pérez: estado paternalista y ahito de más y más propiedades, de más y más recursos y de más y más responsabilidades, tendríamos una sociedad de burócratas hipermillonarios y de ciudadanos precipitándose hacia la línea de la miseria extrema.
Claro, alguna que otra vez infatuados cuando el presidente de turno anunciaba que lo precios del petróleo se habían recuperado de nuevo por los artilugios de sus ministros de la economía y que ahora sí llegaba la hora de “sembrar el petróleo” y pensar que el crudo no era solo maldición y excremento.
Días de febril actividad nacional, de patriotismo, de recordar a Uslar Pietri y Pérez Alfonzo y de crear proyectos, estudios y fondos para no quedarnos en la carraplana después del boom.
Lo que llegaba, sin embargo, era la época de las vacas gordas, con sus importaciones, economía de puertos, inflación, subsidios, derroche a manos llenas, plata para prestar y regalar y ese peregrinaje por el mundo que ya es signo en aeropuertos, hoteles, mall y restaurantes globales de que los venezolanos viven otra vez “la vida loca”.
En cuanto a los “burócratas hipermillonarios”, también vale la pena trazarles la ruta, pues son diversas clases de afortunados que se acercan a los gobiernos en las épocas de la bonanza, se enriquecen desaforada e incontrolablemente, se constituyen en una suerte de nueva élite, pero que se retiran del festín cuando empiezan a escasear los biyuyos y en la primera oportunidad se exilan para empezar a disfrutar sus caudales sin molestias de tribunales, opinión pública, policías y tercermundismos.
En realidad, son los únicos ganadores netos del modelo estatista, paternalista, rentista y petrolero, ya que, en un momento y generalmente porque los acusan de “ladrones, corruptos y tracaleros” huyen y pasan el resto de sus días al abrigo de los riesgos, incertidumbres y sinsabores que deja una sociedad dinamizada por los ciclos de alzas y bajas de los precios del crudo.
En lo que se refiere a Chávez, no queda sino decir que se engolosinó, se hizo adicto y perdió la cabeza con el modelo rentista y petrolero, pues, cuadra perfectamente con un sistema como el socialista que tiene fobia por la producción y creación de riqueza y prefiere que esta caiga del cielo, salga de la tierra o llegue vía subsidios extranjeros, mientras los revolucionarios “hacen la revolución”.
O sea, que el propio “milagro de los panes y los peces”, pero en absoluto promovido por la revolución y su jefe, sino por un tercer factor al cual, si es necesario, se le humillan, o si no, se le rebelan.
En el primer caso, habría que recordar a Fidel Castro frente a los rusos, y en el segundo, a Chávez frente a los gobiernos de Bush y de Obama.
De ahí que, tan pronto el Comandante en Jefe y Líder Máximo de la Revolución Continental y Mundial, se enteró de que el petróleo producía dólares de manera más o menos fácil, y de que todo se reducía a mantener los precios más y más altos, pues se dedicó a extremar los modos y usos de quienes lo habían precedido, comportándose como un ricachón de mal humor, simpático si se le adulaba y odioso si se le retaba, y presto a cerrar el grifo si no le aceptaban sus amenazas, malacrianzas y hasta chistes malos.
Nació así Chávez, el Jeque, Emperador del Subsuelo o Rey del Petróleo, el teniente coronel que no más recibió el pago por las primeras facturas del crudo en alza, se compró un Airbus CJ319 de 65 millones de dólares con el cual, desde entonces, recorre el mundo, predicando la buena nueva de la revolución y el socialismo y de que él y su gobierno son intocables porque tiene las reservas de crudo más grandes del mundo.
Pero, al igual y como en los tiempos de otros gobiernos venezolanos que vivieron circunstancias parecidas, nos inundó de importaciones, subsidios, gastos superfluos, alzas de precios y salarios, que, combinados con sus intentos por destruir el capitalismo y sustituirlo por un socialismo de su puño y letra, por el sistema que no produce, fue conduciéndonos a la noche de anoche en que nos dimos cuenta que nos había convertido en pobres de solemnidad en un segundo.
Pero hubo más, mucho más y fue que colgado de la ilusión de que había encontrado la fórmula para destruir el capitalismo mundial, vía continuas y crecientes alzas de los precios del crudo, Chávez se dedicó a exportar y financiar su revolución previa entrega de cuantiosos recursos a todo aquel que, ya en el poder, o tratando de tomarlo, se declarara partidario del proyecto y dispuesto a acompañarlo en la cruzada de convertir, primero a América y después al planeta, en un paraíso terrenal donde prosperaba el socialismo, la paz, el bienestar, la igualdad y la justicia social.
Y fue así cómo, los petrodólares de la Venezuela chavista se convirtieron en una suerte de banco revolucionario mundial frente al cual, los cofrades y conjurados, ya estuvieran en el poder o prestos a asaltarlo, podían presentarse a retirar los cheques con los que conquistarían, o consolidarían lo conquistado.
En otras palabras: una nueva y resucitada Unión Soviética que, sin las dimensiones, los recursos y el tiempo de la otra podía, no obstante, rescatar el sueño que se había interrumpido con la caída del Muro de Berlín, y el colapso del imperio rojo.
Y con sus dosis, incluso, de Guerra Fría, pues no solo se proponía colapsar al capitalismo y al imperialismo norteamericano a punta de más y más petróleo de altos precios, sino de ir a una guerra contra los poderes establecidos… de ser necesario.
Por eso, el “socialismo petrolero” de Chávez también fue armamentismo, compra de aviones de combate, y helicópteros, y submarinos, y radares, y Kalashnikov, al único país que podía ofrecérselos: el aún agónico imperio ruso.
Una factura que algunos fijan en 12 y otros en 20 mil millones de dólares, pero que, si se une a las compras de los países clientes y aliados, puede fijarse, razonablemente, en 30 mil millones de los verdes.
Entre tanto, Venezuela se caía a pedazos, Chávez y sus huestes la abandonaban, y no solo no fueron capaces de mejorarla en términos de infraestructura, productividad, salud, educación, seguridad y servicios, sino que acabaron con lo poco que existía y habían heredado.
Un vistazo a la Venezuela de la maxidevaluación del viernes, con su inflación del 25 por ciento anual (la más alta de continente y del mundo occidental) sus 14 mil muertos al año por la violencia social, parturientas que paren en las calles por la falta de cupo en las maternidades, niños sin escuelas, y millones de familias sin vivienda, nos ubica frente al país que ha destruido Chávez.
Pero sobre todo, frente una Venezuela a la cual se le acabó el petróleo de 120 dólares el barril, llena de deudas, déficits de todo tipo y sin un sector productivo privado que asuma la tarea de la recuperación.
O sea, que al igual que el “Viernes Negro” de Luís Herrera, el de Chávez también es fundacional, precursor y concluyente, ya que debe tomarse, tanto como el fin de las maxidevaluaciones, para pasar a de las hiperdevaluaciones que generan hiperinflación.
Al Apocalipsis que se vivió en los gobiernos populistas y dictatoriales que se sufrieron en el Cono Sur durante las décadas de los 70 y los 80 y en los sistemas socialistas que asolaron a Europa, Asía y Africa durante los primeros 70 años del siglo XX y aún despellejan y les corroen la piel a Cuba y Corea del Norte.
Y del cual es imposible que escapen los venezolanos de la época del socialismo de Chávez, pues, siendo imposible que se acaben los déficits y mejoren las cuentas para pagar gastos, entonces el comandante-presidente siempre se acordará de que nos pueden quedar churupitos y, por instinto, correrá a robárnoslos.
De modo que, si estamos al final de las maxidevaluaciones, es porque ingresamos a las hiperinflaciones y el futuro no es otro que el que vivieron rusos, chinos, europeos del Este y vietnamitas en los tiempos de su revolución y aun sufren cubanos y norcoreanos
En definitiva: que no queda otra tarea que salir de Chávez, que interrumpirle la destrucción de Venezuela y reconducirla hacia la senda que jamás debió abandonar: la de la libertad y la democracia.
Manuel Malaver