domingo, 23 de mayo de 2010

¿Merecen un Mockus?



Demasiado se han explotado críticamente las imágenes del pasado de Antanas Mockus en las que muestra el trasero frente a un auditorio de estudiantes.

No es sano juzgar las condiciones ni aptitudes de un aspirante a gobernante a través del manejo de los símbolos que en el caso del "Profe" Mockus han sido abundantes a lo largo de su vida pública. Afirmar que Mockus no tiene talla de mandatario por esa condición mediática que explota magistralmente no es argumento suficiente para descalificarlo...pero otras cosas sí.

De este personaje es más lo que se intuye que lo que se sabe. Los fundamentos de su eficiencia gubernamental, los que deberían constituirse en el primer escalón de evaluación para determinar su capacidad al frente de la Presidencia de un país complejo son frágiles. Haber sido honesto y frugal con el manejo financiero y administrativo de la Alcaldía Mayor no es suficiente. Habría, más bien, que preguntarse si el candidato habría sido el buen alcalde capitalino que dicen que fue, si no lo hubiera acompañado el viento de cola que le legó Enrique Peñalosa. Y haría falta que pudiera exhibir ejecutorias muy contundentes y no un estilo de administrar llamativo. Su inconstancia de propósitos al darle la espalda a su electorado y dejar inconclusa su propuesta, al renunciar a la alcaldía de la capital para aspirar a la silla presidencial en 1998, también deber objeto de reflexión.

De Antanas Mockus se conoce su inclinación a lo filosófico, su apego por lo racional y lo matemático, su obsesión por la probidad y la ética, todas condiciones útiles para el buen ejercicio de cualquier cargo de alto nivel, mas no suficientes cuando hablamos de la máxima magistratura de un país que tiene muchas pelotas en el aire en el terreno de la seguridad ciudadana, de la economía doméstica, de su política exterior y, sobre todo, un país que debe impostergablemente hacerle frente a la deuda social insoluta que el próximo presidente heredará.

La ambigüedad con que Mockus ha abordado en la recta final electoral el tratamiento que dará al tema de la pacificación de su país, el más trascendente proyecto que tendría en sus manos a partir de agosto de este año, debe llevar a los colombianos a preguntarse si confiarle el timón de la nación a quien no expresa diáfana y contundentemente sus propósitos no es una decisión en extremo peligrosa.

En fin, poco importa si al lado de una propuesta política densa, multicomprensiva, detallada, juiciosa y minuciosa sobre el rumbo del país, al nuevo presidente le da por ser original y con ello refresca el ejercicio del cargo.

Pero parece que en este caso la originalidad va adelante y la densidad por detrás. Y eso, eso es mucho menos de lo que merece Colombia.

Beatriz de Majo
El Naiconal / ND