sábado, 5 de diciembre de 2009
El precio de la notoriedad
Si los boliburgueses hubieran visto el Padrino I, II y III habrían confiado a sus hijos blanquear sus fortunas. Olvidaron reglas elementales de la mafia y pagaron el precio. ¡Llamaron demasiado la atención! Aparecían en las páginas sociales iguales que las amantes de ciertos presidentes, compraban automóviles de 150.000 dólares.
Los jefes de la mafia no presumen de ser dueños de bancos, compañías de seguro. Cuando Gohti paseaba por Nueva York vestido con trajes de 1.000 dólares firmó su sentencia de prisión; los narcotraficantes colombianos Carlos Lehder y Escobar Gaviria pagaron con sus vidas sus declaraciones a la prensa, sus zoológicos particulares, sus ambiciones políticas: los sucesores tomaron nota de los errores de los primeros capos colombianos.
A Chávez le perjudicaba el escándalo de la complicidad de funcionarios y boliburgueses y los convirtió en banqueros privados para culpar al capitalismo de la quiebra de los bancos. Además, como anda en campaña califica la delincuencia de enemiga de la revolución y trata de lavarse la mancha de la boliburguesía.
Aquellos de sus seguidores que discretamente sigan guisando no teman nada, hasta la propia sociedad con el tiempo les perdonará sus fechorías.
¿Imagina alguien una revolución socialista en que los bancos los asalten unos cuantos vivos? Sí, en el socialismo africano, en esos infelices países de África que soportan 30 años un dictador con un discurso, claro, nacionalista, de izquierda y radical.
Con los boliburgueses las menciones al Ché Guevara sonaban grotescas, en La Habana le advertirían a Chávez del peligro que representaban algunos de estos personajes… Igual que en el pasado Chávez se libró de aliados militares, políticos, que lo asesoraban, ahora le toca a los que en los días del paro les suministraron comida, gasolina.
En el chavismo manda Chávez, en Aló, Presidente humillan a los subalternos, el más encumbrado chavista cae en desgracia en un instante, peligran siempre los gobernadores como ahora los de Lara y Vargas. Con Chávez no hay delfines y príncipes herederos. ¿Para qué? El heredero de Chávez es Chávez, por eso es irremplazable. Chávez leyó El Príncipe.
Chávez vive de sus amenazas, un Fidel Castro colocaba armas atómicas en la isla o enviaba 200.000 soldados a África. Chávez asusta. Ayer le bastaba con citar a Gramsci o hablar del Ché Guevara.
Sabe que ahora así no nos quita el sueño e invoca a Idi Amin y a El Chacal para provocar. No vale la pena vivir asustado. Habría que pedirle que estatizase de una vez los bancos, las cajas de ahorro, las compañías de seguro, los kioscos de periódicos, la barbería, que desenfundase su pistola y disparase. No lo hará.
Frente a Chávez no hay más salida que una unidad de hierro, por arriba y por abajo, en la dirección de los partidos y en las maquinarias. El enfrentamiento de partidos y sectores de la sociedad civil le daría la victoria electoral de Chávez.
La elección de septiembre es una batalla política en la que el verdadero objetivo no es solo ganar una buena representación en la Asamblea, sino generar una gran movilización popular, semejante a la que alguna vez invadió las calles de Venezuela. El combate no lo darán los abogados invocando a las leyes, sino la dirigencia en la calle, y no terminará cuando se cuenten los votos; al contrario, entonces empezará un bueno.
Al que lo asusten los discursos de Chávez que se compre un perro.
Fausto Masó
El Nacional