viernes, 13 de agosto de 2010

Tarjeta Roja (A propósito de Tascon)




Pareciera que la muerte, aparte de terminar con la vida, tuviera entre nosotros los venezolanos el poder, reservado a Dios, de perdonar los pecados del difunto por capitales que estos hayan sido. En nuestra sociedad, olvidadiza y bondadosa, la muerte convierte al difunto, por “malo” que haya sido, en “buena persona”. El perdón de sus pecados se produce casi de manera automática con su último suspiro. Las expresiones de dolor y las lamentaciones por la muerte de alguien en nuestra sociedad implican el olvido, en el mejor de los casos temporal, de cualquier conducta reprochable del fallecido.



Esta conducta es, aparte de insincera, oportunista. Pareciera que se quiere aprovechar el momento de dolor, o supuesto dolor de los deudos, familiares o políticos, para mostrarles una cara amistosa y comprensiva. Una cara que los revele como seres humanos “sensibles”, con un corazón “generoso”, capaz de superar cualquier ira, por justificada que sea, para rendirle un último tributo al enemigo que abiertamente los ha agredido. Por eso no creo en falsos dolores por la desaparición física de nadie, salvo los de los familiares y amigos más allegados.



Este tema lo traigo a colación, porque ante el fallecimiento de Luis Tascón, he oído y leído expresiones de dolor y lamentaciones por parte de algunos que o bien fueron víctimas de sus actuaciones o de sus desmedidas agresiones verbales, como buen seguidor de su procaz y totalitario jefe. Tratando de buscar un símil, no se me ocurrió otro, dado lo reciente del Mundial de Fútbol, que es actitud es como si en un juego de futbol le saquen tarjeta roja a un jugador y los del equipo contrario, quejumbrosos y lamentándose, se le vayan encima al árbitro pidiéndole que no lo expulse del juego. Eso sería hipócrita y absurdo. Uno menos en el campo de juego es uno menos, un obstáculo menos y un camino más despejado.



En este caso el árbitro, que no es otro que el Todopoderoso, le sacó a Luis Tascón tarjeta roja, por los fouls y la violencia que empleó en el terreno de juego, que no es otro que Venezuela y que puso en práctica contra el equipo adversario, que no somos otros que los venezolanos que no estábamos, ni estamos, ni estaremos nunca, de acuerdo con el dictador bananero. Fue el artífice y ejecutor de una política de persecución y represión en contra millones de venezolanos. Se enorgullecía de haber elaborado o sistematizado un directorio de los venezolanos que no queríamos a Hugo Chávez en la presidencia de la república. Su espíritu totalitario lo llevó a decir que si le tocaba volver a hacerlo, es decir elaborar otra siniestra Lista Tascón, lo volvería a hacer. Es decir, hasta donde sepamos, se fue a la tumba con el alma llena de odio y el deseo permanente de perseguir a millones de venezolanos para impedirles el ejercicio de su libertad.



La muerte de Luis Tascón no me causa desmedida alegría, pero tampoco me causa tristeza alguna. La muerte prematura de Tascón, a mi modo de ver, no es sino la comprobación de que “lo que se hace en esta vida se paga en esta vida”. El sufrimiento, las dificultades y el dolor que él, en complicidad con su jefe y la banda de atorrantes que lo acompaña, sembró en millones de venezolanos y sus familias es incalculable. No sé si la larga y penosa enfermedad que lo llevó a la tumba haya sido suficiente para expiar el daño que hizo o si debe pagar algún saldo pendiente en el más allá, lo que no me sorprendería.



Su nombre quedará en los anales de los atropellos a la libertad, para siempre inseparable de quienes ejercen y buscan perpetuarse en el poder mediante la violencia física, política, psicológica y el asalto al tesoro público. Siempre conservará un puesto destacado entre quienes fueron obsecuentes y alabarderos de los enemigos de la libertad, la democracia y el gentilicio venezolano.



No creo que pueda descansar en paz. No creo que haya podido saldar la cuenta pendiente, con su propia conciencia, si es que alguna vez la tuvo, porque sus acciones niegan esa posibilidad. Altanero y enfermo de poder, con la prepotencia y el espíritu totalitario exacerbado, no tuvo miramiento alguno para perjudicar a millones de venezolanos y sus familias. Y entonces me pregunto, ¿porqué lamentar su muerte? De la única manera que la lamentaría sería que para el día siguiente a su muerte hubiera estado convocado un juicio para procesarlo por el inmenso daño que le hizo a millones de ciudadanos y a la institucionalidad, pues su acción criminal anuló una institución constitucional como es el referéndum revocatorio.



Sus crímenes me impedirían decir hipócritamente “paz a sus restos”, pues su alma, llena de odio seguirá para siempre en pena.



Joaquín F. Chaffardet